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VISTO / OÍDO
Columna
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El sexo y los magos

La utopía del amor libre es bastante real para algunos españoles y españolas. Ha luchado durante milenios contra los poderes que quieren regular ese amor en razón de su necesidad de que nazcan esclavos, trabajadores baratos; guerreros, sobre todo, para que los defiendan. La guerra es buena para los poderes y mala para el pueblo, y algunos inventos modernos quieren que sea peor para los civiles que para los soldados: si no mueren en ellas más civiles que soldados, nadie querría ser soldado; pero nadie puede oponerse a ser civil. Aparte de las horcas del Estado, cada poder usó a sus magos para que el castigo al onanista (el que "vierte en tierra" su semen, como Onán) fuera ultraterreno. El mago ama su poder, aunque los Estados hayan comenzado a no tener necesidad de siervos; el mago sigue clamando por la castidad o el sacramento, o como lo llame cada magia, y por la paternidad abundante.

Alguna magia menor, como la de los economistas, clama por la paternidad aludiendo al "envejecimiento de las poblaciones"; en lugar de clamar por que los mayores sean productivos en lugar de "unidades de gasto". Eso, de momento, no es posible, porque el trabajo humano se ha restringido por la máquina, así como el uso de jóvenes en las guerras: el economista práctico de empresas -que son las que gobiernan nuestro mundo, con políticos como delegados- trabaja para retrasar la edad de la entrada en el mercado de los jóvenes y para adelantar las jubilaciones. El sexo improductivo es excelente: evita que las gentes se abrasen en la continencia y la castidad, aunque algunos magos finjan tenerla, pero no crean exceso de natalidad. Los magos claman todavía por su antiguo derecho a regular uniones -matrimonios de clase, burgueses o aristocráticos- y a dar patente al sexo. Están perdidos. Están, sobre todo, confusos con eso y con todo. Su administración de vida y muerte les trae locos: que nadie evite la concepción, pero que nadie evite el sida. Han perdido la pista.

Los magos de España aceptaban hace tres días el condón; los grandes del Vaticano vuelven las cosas a su sitio, y ahora reniegan. Tienen como problema que la vida del Papa se alargue y mantenga el pensamiento mágico de la Polonia tras la Primera Guerra Mundial en el Occidente del siglo XXI: después de la revolución sexual y electrónica, en torno a 1960.

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