Odiosas comparaciones
Todos hemos visto alguna vez los restos de algún coche estrellado en la carretera, y, sin embargo, pocos han logrado ver el cadáver de un suicida en el asfalto después de arrojarse por la ventana. Esto no deja de ser un poco raro, teniendo en cuenta que la cifra de suicidios al año en la UE supera a la de los muertos en accidentes de tráfico. ¿Qué se puede hacer al respecto? Se supone que el problema no reside solamente en enseñar a los ocupantes del cerebro suicida las señales viarias de la supervivencia, ni las normas de circulación existencial, ni siquiera los principios básicos de la seguridad en la carretera de la vida, y que tampoco los agentes de la psiquiatría municipal, civil, o lo que sea -permítanme seguir con el juego-, pueden solucionar el problema sin una estrategia eficaz que se defina a un nivel estatal o comunitario, considerando la psiquiatría como un servicio sanitario de primera necesidad.
En concreto, cada año se suicidan en la Unión Europea unas 58.000 personas, 7.000 fallecimientos más que los acaecidos en carretera. Aún los Estados no se han decidido a poner medianas de seguridad en esta autopista de gran velocidad en la que se está convirtiendo la vida en pleno siglo XXI, seguramente porque uno se siente más identificado con un cuerpo estrujado entre los hierros de un automóvil que con un suicida que sufría un trastorno mental. Sé que la comparación no es demasiado afortunada, pero viene a cuento recrearla desde un punto de vista pedagógico cuando el comisario europeo de Sanidad y Consumo, Markos Kyprianus, ha cotejado las cifras de muertos considerándolas un dato suficientemente expresivo. La triste realidad es que los servicios de psiquiatría de Sanidad o de Osakidetza (con sus CSM, o Centros de Salud Mental) no parecen estar tan valorados como la psiquiatría privada, mientras que, por otra parte, la psiquiatría privada no está al alcance de todos los bolsillos. Por poner un ejemplo, una persona aquejada por un trastorno esquizoide, con un grado reconocido de minusvalía del 66,5 %, recibirá del Estado una pensión de unos 270 euros -con la que se supone que debe vivir-, pensión que, en el caso de que el paciente desee someterse a una terapia privada, acabará casi íntegramente en el bolsillo del psiquiatra.
Así las cosas, mientras se realizan inversiones multimillonarias para evitar accidentes de tráfico mediante campañas de publicidad, nuevos equipamientos para la seguridad vial, reformas en las carreteras -de cuya necesidad no dudo-, la salud mental recibe escasa atención, a pesar de que, siempre según Kiprianus, "las enfermedades mentales son tan mortíferas como el cáncer". En resumen: nunca fue tan cierto que las comparaciones son odiosas.
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