Panga llora a la mitad de su gente
Las olas se llevaron a uno de cada dos habitantes de un pequeño pueblo de la región indonesia de Aceh
Las caprichosas aguas del tsunami atacaron de manera desigual a la población de la provincia indonesia de Aceh. En Panga, una pequeña localidad de 6.800 habitantes, las olas se ensañaron. Más de la mitad de la población ha muerto y los superviventes, muchos de ellos heridos, lograron salvarse subiéndose al minarete de una mezquita. Una abuela, Hamida, de 69 años, se ha convertido en la heroína de Panga tras mantener a flote a su nieto, de poco más de un mes, atado a su pecho y colgándose del techo de su casa, mientras el agua la sacudía de un lado para otro. Ahora descansan en un campo de refugiados al que han llegado caminando durante días a través del bosque de caucho.
"Nos habíamos refugiado en casa de unos amigos después de la primera ola, cuando de repente llegó la segunda. El agua era muy rápida y nos alcanzó al bebé y a mí", cuenta Hamida, una mujer menuda, con un retal de tela anudado en la cintura y otro en la cabeza. "Me agarré a un pilar, sujetando fuerte a Rypandanaulana en mis brazos, pero me ahogaba. Un policía entró en la casa y me alcanzó su pie para que me agarrara. Nadó hasta la ventana y salió, pero a mí se me escapó el pie y el agua subió más todavía. Tanto, que conseguí llegar al techo y colgarme de una viga. No sé de dónde saqué fuerzas. Nunca imaginé que sería capaz de hacer eso", se asombra esta mujer fibrosa mostrando orgullosa a su nieto en brazos. El bebé sonríe y llora intermitentemente mientras la abuela habla.
Una anciana salvó a su nieto de un mes atándoselo al pecho y colgándose de una viga
Hamida se fue desplazando de una viga a otra, colgada como un mono, esquivando las subidas y bajadas de la masa de agua hasta que ésta empezó a retirarse y quedó a una altura de un metro por encima del suelo. "Mi yerno acudió a rescatarnos subido en una madera. Acerqué mi mejilla a la boca de Rypandanaulana y respiraba. 'No ha muerto, grité". Otros 52 niños salieron también sanos y salvos de Panga. Algunos de ellos escuchan con su ropa raída las historias de los mayores, corretean y ríen. Otros se aburren y salen a jugar a la calle.
Hamida y otros 50 supervivientes de Panga descansan en un campo de refugiados en Kuala Bhee, una localidad situada a unos 50 kilómetros de Meulaboh, y considerada "tierra insurgente" por el Ejército. Junto a ellos, los desplazados de otros 30 pueblos arrasados. Han llegado al campo después de días de larga marcha a través de los bosques de caucho que se extienden a lo largo de los 12 kilómetros que separan Kuala Bhee de la costa. Pero no están todos, los que llegaron ayer anuncian que todavía hay gente caminando, en busca de refugio. Las carreteras que vienen de la playa son intransitables y el Ejército y Naciones Unidas aseguran que en los próximos días tratarán de asegurarse de que no queda nadie en el camino.
"Dormíamos en la carretera, bebíamos agua del río y comíamos cocos y dátiles. Anduvimos descalzos, sin rumbo, durante tres días, hasta que por fin uno de nosotros se adelantó y logró llegar a Kuala Bhee y nos dijo que aquí nos acogerían", explica Dari Junaidi, mientras se rasca los pies llenos de heridas. Junaidi sobrevivió después de permanecer siete horas agarrado a un tablón, pero su hermano, su hermana y su único hijo, de siete años, no lograron salvarse. "Por lo menos mi mujer, que estaba en el campo recogiendo forraje para los búfalos, está viva", se consuela.
El minarete de la mezquita de Panga fue la salvación de muchos. Allí permanecieron rezando. "Dentro había por lo menos 1.000 personas", asegura Musiladi Bubon, un carpintero de 32 años. Una de sus hermanas murió, y la otra está enferma por haber tragado mucha "agua negra" -como llaman a la marea cargada de tierra- y porque se le metió por la nariz y por las orejas. Bubon tiene claro que uno de los principales problemas fue que la gente no sabía qué es un tsunami y cuando el mar se retiró para coger fuerza todos corrieron a coger los peces que habían quedado a la intemperie. "Había muchos peces, pero también había mucha gente que fue a ver cómo los demás pescaban. Esos también murieron". Al igual que 50 policías que estaban de paso en Panga levantando casas para los desplazados por el conflicto independentista, que dura ya desde 1976.
"Pensamos estar aquí cinco meses, el tiempo para que el Gobierno construya nuevas casas", dice Junaidi. Las de antes son irrecuperables, ahora forman parte del mar.
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