Cuentos de hadas
En el fútbol existe una categoría profesional desconocida en otros sectores de la actividad económica. Es la del modesto. Hay clubes modestos, equipos modestos y jugadores modestos, aunque cualquier definición de la modestia resulte vaga. A más de un modesto se ha visto conduciendo un Ferrari. En todo caso, se puede decir que el Udinese es la encarnación misma de la mesocracia más modesta del calcio. El club, uno de los veteranos en Italia (se fundó en 1896 dentro de un gimnasio de esgrima), ha tenido rachas pretenciosas, como cuando en los 80 fichó a un Zico ya bastante baqueteado, y ha disfrutado de momentos de relativa brillantez, como en los 90 con el goleador alemán Bierhof, pero se mantiene en el grupo de los permanentemente amenazados por la Segunda División.
Esta temporada, con toda su modestia, el Udinese juega bien y ocupa la tercera posición en la tabla. El técnico, Luciano Spalletti, dispone a su gente de una forma poco habitual, que sobre la pizarra parece un un 3-5-2 y que en el césped se resume en un bloque muy compacto de ocho, organizado por un chileno talentoso llamado Pizarro, y en dos atacantes sueltos, Di Natale y Iaquinta. Ayer plantaron cara al Milan en San Siro y marcaron primero, aunque la cosa acabara en 3-1. A la gente le gusta que los modestos tengan sus momentos de gozo y sus cuentos de hadas. La de Iaquinta, por ejemplo, es una historia tierna. Hasta en Udine se calientan el corazón con el interés del Barça por Iaquinta, un delantero fortachón y cumplidor, muy querido por sus compañeros, que cumpliría el sueño de su vida si llegara a jugar en un estadio como el Camp Nou.
Los más bonitos cuentos de hadas, sin embargo, ocurren en los palacios. Las Cenicientas necesitan príncipes y mucho boato para realizarse. Y en el calcio no hay nada más regio y lujoso que el Milan, el reino encantado de Il Cavaliere Berlusconi. Es justo ahí, bajo las almenas de Milanello, donde se desarrolla la más hermosa y edificante fábula del año.
En Zamora recordarán, sin duda, a Harvej Esajas, un holandés grandullón que en 1999 recaló en el equipo de la ciudad. Esajas había sido de niño una promesa juvenil del Ajax y pasó por el Groningen y el Feyenoord, pero la suerte no le sonrió. Ni siquiera en Zamora, donde se rompió el tendón de Aquiles y dejó de jugar al fútbol. Se quedó por allí, entre la depresión y la sonrisa, consiguió un empleo como lavaplatos y engordó hasta más allá de los 100 kilos. En un campeonato de modestia, Esajas tendría medalla segura.
En 2002 viajó a Milán para visitar a un viejo amigo de cuando el Ajax juvenil, Clarence Seedorf, surinamés como él. Y Seedorf decidió rescatarle. Le llevó a Turín y le arregló una semana de prueba en el Torino, donde le dijeron, con toda franqueza, que su talento como centrocampista de contención era inservible con tanta grasa encima y con una lesión mal curada. Le diagnosticaron como "irrecuperable". Seedorf no cejó y le colocó, con 27 años y 101 kilos, en la sección primavera (o sea, gente bastante joven) de la sociedad milanesa.
Esajas trabajó, trabajó y trabajó. Perdió 15 kilos, jugó de vez en cuando con los primavera y recuperó la autoestima. Esta semana, en el minuto 87 de un partido de Copa que el Milan de verdad, el de Shevchenko y Kaká, tenía ya ganado, Harvej Esajas, 30 años, debutó en uno de los equipos más poderosos del planeta y casi dio un pase de gol. "Esajas lleva un año trabajando con una dedicación absoluta y merece un premio: hay que felicitar al chico por su fuerza de voluntad", dijo el técnico Carlo Ancelotti. Esajas no figura en la plantilla oficial del Milan y es improbable que asome de nuevo en las alineaciones. Pero nadie le quitará a esa Cenicienta sus tres minutos de gloria, ni a Seedorf y Ancelotti el momento en que se portaron como hadas buenas.
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