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Columna
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Lides

Corroborando sus afirmaciones en los escritos de Heráclito y Petrarca, indica Fernando de Rojas que, animados o inanimados, cuantos seres engendra la naturaleza nacen acompañados de lucha y contienda. Y si cada renglón de La Celestina vale su peso en oro, el prólogo con que nos introduce Rojas en su obra es de muchos quilates para el vecindario que lo lea con atención. En esa violencia sin par de los seres creados, la víbora mata al reptil que la monta cuando le llega el instante del placer; tierras y mares rompen en violentas peleas, e incluso "los tiempos con los tiempos contienden y litigan entre sí uno a uno y todos contra nosotros". Hay que robarle al tiempo un hueco, por corto que sea, para releer a los clásicos a quienes volvemos a encontrar junto al periódico. El converso y clásico Rojas apunta en el prólogo mencionado el sentido último de su obra: el egoísmo y los intereses de cada uno de sus personajes trágicos conducen a esos personajes a la contienda, a la lid, a su destrucción. A unos los moverá el dinero; otros se ven acuciados por el placentero fornicio, y la alcahueta por el poder de quien detenta los hilos de intereses que apremian a unos y otros. Una reflexión ética y cívica es La Celestina cuando se contempla este complicado mundo a través de su texto. Un texto que nos lleva, en primer lugar, a la conclusión de que la contienda o lid, junto a la cual según los clásicos fuimos engendrados, conduce a la destrucción o la nada; y en segundo lugar a evitar como seres racionales la pelea.

Pelea con la que tropezamos cada día en cualquier barrio de esta aldea global en que vivimos: en el barrio lejano, en el cercano y en el vecino. En el barrio lejano e hispano, apeló esta semana el presidente venezolano Chávez a la soberanía violada de Venezuela y a la dignidad del pueblo de Venezuela, al conflicto entre dos países más que hermanos, a propósito de unas actuaciones policiales incorrectas que, según él, envenenan las relaciones de su país y Colombia, pueblos que "son uno solo" en boca del vehemente Chávez. Contienda evitable, como evitable son todas las contiendas que aluden a soberanías violadas o por violar, y a dignidades de pueblos que, seguramente, no tienen ganas de contienda.

Litigio y contienda también en el barrio hispano cercano y propio, que toman la forma de secesionismos más o menos claros, y más o menos confusos, en forma de planes Ibarretxe, que dividen más que unen, que abocan también a la vehemencia y las grandes palabras con que se envuelven las soberanías y dignidades de los pueblos. Tacto y suavidad en las expresiones del estilo Zapatero, aportan una cierta tranquilidad al vecino que ve con malos ojos la lid o la pelea.

En casa, en el barrio doméstico, la contienda no se configura, por lo general, como tragedia sino comedia. Miren ustedes por dónde, en las comarcas valencianas del norte, en Castellón, donde la contienda lingüística, que a nada conduce que no sea el deterioro del valenciano, fue inexistente o escasamente anecdótica, apareció la confrontación. En un ritual festivo y aprovechando que el Pisuerga pasa por Borriol y el Pla de Lluch divisa las cumbres del Himalaya, arremetió el abogado de Carlos Fabra contra catalanistas, traidores, conversos y marranos, que es tanto como conversos, incluyendo en su alegato inquisitorial hasta a patricios de derechas de grato recuerdo como Gaetà Huguet. Desaprobación general desde la filas del Bloc hasta las más sensatas del PP. Contienda irrisoria. Menos mal.

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