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Columna
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Cobardía de Renfe

Vicente Molina Foix

Hace algo más de dos años, Mathieu Lindon, el novelista y crítico literario del diario Libération, publicó un chispeante aunque a la postre estremecedor libro corto titulado Lâcheté d'Air France (Cobardía de Air France). Inserto en la tradición tan francesa de los "yo acuso" (Lindon se llama irónicamente a sí mismo, en el arranque del libro Zola de poca monta), las motivaciones de su panfleto, justo es reconocerlo, eran de mayor calado que las mías a la hora de escribir esta columna que le copia el título. Lindon sufrió humillantes molestias al ir a embarcar en Orly, acompañado de un amigo marroquí residente en Francia, con destino a Marraquech; las fechas, que aclaran algo aunque desde luego no justifican el percance, eran las de finales de septiembre de 2001, dos semanas después de los atentados de Nueva York. A mí la Renfe no me ha humillado ni causado los serios perjuicios que su compañía aérea de bandera le causó al escritor francés. Pero si hay una palabra que cuadra tanto a la relación de Air France con Lindon como a la actitud de Renfe respecto a mis repetidos incidentes en el trayecto Madrid-Sevilla, la palabra es cobardía.

No les revelo nada (sin duda algunos de ustedes, benévolos lectores de esta página, son tan reos de delito como los viajeros a quienes me enfrenté) al decir que viajar en tren en España, antes pasablemente encantador si se disponía de horas por delante, se ha convertido en una pesadilla insufrible por el uso constante de los teléfonos móviles dentro de los vagones. Las protestas que algunos infelices como yo hemos hecho, a veces en la prensa, tuvieron al principio escaso éxito, pero llevaron a una modificación enormemente significativa sólo en la línea-estrella, el AVE que une Madrid y Sevilla. Hará cosa de año y medio, Renfe -que en todos sus trayectos de largo recorrido emite al comienzo del viaje, a veces en diversas lenguas de la rama indoeuropea, las informaciones y consejos pertinentes- cambió el texto de lo que se escucha por los altavoces del AVE, que pasó a ser, literalmente, el siguiente: "Se recomienda bajar el volumen de sus teléfonos móviles, utilizándolos únicamente en las plataformas" (el destacado es mío). Por el contrario, en los trenes Alaris y Altair sólo "se recomienda su uso en las plataformas".

Pues bien, a tenor de la inequívoca regulación pregonada por la propia Renfe en el AVE, protesté -la primera vez- cuando el señor de al lado llevaba 10 minutos vociferando a una secretaria que no encontraba en su despacho un documento; el señor creyó ver visiones cuando llamé al revisor y, en voz alta (para hacerme oír entre sus gritos telefónicos), expresé mi queja, si bien al oír del apurado revisor la confirmación de que, en efecto, se trataba de una norma y no de un consejo opcional, cortó la comunicación y salió en tromba del vagón. Esto fue hace bastantes meses. He tenido en las últimas semanas que viajar de nuevo en ese trayecto, comprobando que los coches del AVE son locutorios públicos, en los que difícilmente se puede hacer otra cosa que escuchar las estridentes conversaciones ajenas y la sintonía de las llamadas entrantes, en una gama de cursilería musical que va del Sitio de Zaragoza al Puente sobre el río Kwai. Otro revisor al que acudí, comprensivo con mi tribulación pero maniatado por la hipócrita actitud que su compañía le impone, me confesó por lo bajo a la hora de llegar a la estación: "Pues es mucho peor en los trenes de primera hora, los de los ejecutivos... Todos usan el móvil".

La parte más indignante de la cobardía viene ahora. Por segunda vez formulé una reclamación en destino, y hace unos días he recibido la respuesta, firmada por un coordinador del Centro de Servicios al Cliente (sic). Con melifluas palabras, este empleado reconoce el incumplimiento reiterado y general de la norma expresa, disculpándolo del siguiente modo: "Es difícilmente evitable una conversación con móvil dentro del compartimento, al estar disfrutando del servicio de restauración en el asiento, que impide levantarse al cliente de su plaza y, por tanto, desplazarse a la plataforma". ¿Cómo va a interrumpir Renfe el refrigerio de sus infractores? Por mi parte, y coincidiendo con el fin del monopolio ferroviario, boicotearé a esta compañía hasta que -mostrándose, si no valiente, al menos consecuente consigo misma- habilite, al modo de Gran Bretaña y otros países europeos, vagones callados (quiet coach), un territorio libre del aullido inalámbrico de los energúmenos.

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