Acuerdo en Sudán
El domingo pasado una firma en Nairobi, Kenia, ponía fin, esperamos que de forma efectiva, a la guerra más longeva del planeta. El vicepresidente del Gobierno árabe de Sudán, el musulmán Alí Osman, y el jefe del Ejército Popular de Liberación de Sudán, el cristiano John Garang, acordaban la paz para una contienda que duraba desde 1983, había causado dos millones de muertos y otros tantos desplazados, y que había tenido su detonante en la tentativa de Jartum de imponer la sharía, ley islámica, al sur del país, donde es mayoría la población animista o cristiana.
El plan prevé la formación de un Gobierno de coalición entre el partido gobernante, Congreso Nacional, y los hasta ahora rebeldes; la integración de los ejércitos respectivos; la participación a partes iguales en los beneficios de la explotación de petróleo -que se halla en la base del enfrentamiento-, y, sobre todo, un periodo de gracia de seis años y medio, durante los que no se aplicará la ley coránica y a cuyo término un referéndum en el sur decidirá si la región desea o no la independencia, aunque la apuesta es de que triunfe la reconciliación. Pero si no fuera así, este planteamiento abriría el camino a la primera alteración de fronteras -sin violencia- desde que el colonialismo europeo tiró de compás, a fines del XIX, y dibujó un mapa de África que parece un ejercicio de geometría.
Una grave limitación del acuerdo es que no incluye el episodio militar, que ya dura dos años, en Darfur, al oeste del país. Calificado de "genocidio" por Estados Unidos, ha producido ya 70.000 muertos y una hambruna gigantesca que amenaza con dejar pequeño el pavor de cualquier guerra. Los contendientes son rebeldes escindidos de la fuerza de Garang y, como siempre, el poder en Jartum, de quien se teme ahora que, liberado de su conflicto mayor, pueda disponer de tropas de refuerzo para machacar a sus oponentes.
Sudán, el Estado más extenso de África, no suele ser primera página de las preocupaciones occidentales (aunque sí China, que ha firmado un acuerdo de suministro de petróleo con él). Pero la paz que empezó el domingo y que aún debe consolidarse y extenderse a Darfur es una rara buena noticia para los que piensan que el diálogo, para compartir la riqueza y el compromiso para no imponer ideología, es la única vía de futuro.
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