Picasso, 1968
El Centre Cultural Bancaixa expone una muestra de retratos del pintor malagueño pertenecientes a la 'Suite 347'
Mientras el mundo miraba a Praga y a París, en 1968, Pablo Picasso pasaba tranquilamente el año en su casa de Notre Dame de Vie, Mougins, población del sur de Francia. Tenía entonces 87 años y una capacidad de producción envidiable: En poco más de 200 días, entre el 16 de marzo y el 5 de octubre, creó los 347 grabados que pasarían a la historia como la Suite 347.
Bancaixa, propietaria de una de las ediciones, inauguró ayer en su Centre Cultural la exposición temática Picasso: Retrato de ilusiones, integrada por una selección de 58 estampas de la 347.
Realizadas con las técnicas de aguafuerte y aguatinta, las obras recogen algunas de las fijaciones del pintor: el sexo y la desnudez femenina; el voyeurismo, las figuras de temática mitológica junto a homenajes más o menos encubiertos a artistas como Rafael, Ingress, Velázquez, Goya o Rembrand.
Todo ello acompañado por una mirada irreverente, a veces burlesca, hacia los hechos que ocurrían más allá de Mougins, y que Picasso seguía a través de la televisión. El grabado titulado El entierro del Conde Orgaz, según Picasso, por ejemplo, terminado el 30 de junio, estuvo al parecer inspirado en el funeral del senador Robert Kennedy, asesinado en Los Ángeles el día 5 del mismo mes mientras preparaba el asalto a la Casa Blanca. Entre las figuras dibujadas a la manera del Greco aparece una mujer desnuda, y bajo él Jorge Manuel, que en lugar de mostrar el cadáver del conde hace lo propio con un pollo asado.
Una ironía que está presente en igual proporción en las obras como en sus nombres, entre los que está el de Barbudo pensando en una escena de Las mil y una noches, con antepasados reprobadores detrás de él.
La exposición de Bancaixa -la entidad privada con la mayor colección de grabados de Picasso- incluye varias fotografías del pintor, que empezó a utilizar este formato artístico en 1901, con 20 años. En ellas, junto a un buen número de autorretratos en los que aparece posando con algunas de sus obras, hay también retratos de amigos suyos, como el escritor Guillaume de Apollinaire, sentado junto a una figura africana, o Fernande Olivier y Georges Braque, inmortalizadas en la barra de un bar.
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