Nash, el nuevo rey del desierto de Arizona
El altruista y comprometido base canadiense conduce a los Suns de Phoenix a lo más alto de la NBA
Steve Nash no sabía dónde se metía el día en el que apareció en el partido de las estrellas de 2003 vistiendo una camiseta contraria a la intervención estadounidense en Irak, en la que se leía "No a la Guerra, disparos por la paz". El Almirante David Robinson le invitó cordialmente a regresar a su país, Canadá, los hinchas del que entonces era su equipo, Dallas Mavericks, amenazaron con cancelar sus abonos de temporada y los periodistas texanos iniciaron una campaña contra él.
Lo sorprendente no fue la reacción de los hinchas y la prensa, sino que el perseguido fuera Steve Nash, base ahora de los Suns de Phoenix, un jugador que siempre ha evitado cualquier contacto con los medios de comunicación y cuyos escarceos con la fama se reducen a sus amoríos con la ex Spice Girl, Gerri Hallywell y la actriz Liz Hurley.
Steve Nash (Johannesburgo, 1974) se ha convertido en el nuevo rey del desierto de Arizona, donde ha llevado a los Suns a resurgir de sus cenizas y a situarse líderes de la durísima conferencia Oeste con 28 victorias y 4 derrotas. Su impacto en Phoenix, donde llegó este verano, sólo es similar al de Shaquille O'Neal con Miami Heat. El estilo un tanto kamikaze de Nash ha impregnado de velocidad al joven conjunto de Phoenix donde gente como Amare Stoudemire, Quentin Richardson y Shawn Marion se sienten arropados por un gran director de orquesta, que lidera la Liga en asistencias, 11,1 por partido, y aporta por noche una media de 15,5 puntos.
Sin embargo, a Nash le costó ganarse el respeto de sus colegas. A pesar de su 1,91 metros y 88 kilos de peso, los bases rivales tendían a menospreciarle. Cuando parecía un loco con el pelo largo persiguiéndoles sin sentido por el parqué, lo que en realidad hacía Nash era leer sus mentes. Con gran visión, valiente para entrar a canasta y excelente pasador, Nash se acabó asentando como unos de los mejores bases de la NBA.
La principal dificultad a la que se enfrentó Nash en su juventud, tras emigrar sus padres a Canadá, fue criarse en el lugar equivocado. A la Isla Victoria, frente a Vancouver, en la costa Oeste de Canadá, las universidades americanas la veían más cercana al Polo Norte que a la frontera estadounidense. Sólo una le reclutó, la de Santa Clara, donde su impacto fue inmediato. Y es que Nash siempre tomó el camino difícil. De pequeño era un excelente jugador de hockey sobre hielo, el pasatiempo nacional canadiense, y de fútbol, deporte que practicó su padre de manera profesional en Inglaterra y Suráfrica. Incluso se proclamó campeón estatal de ajedrez. Tras pasar dos años en el banquillo como tercer base de los Suns, por detrás de Jason Kidd y Kevin Johnson, Nash fue traspasado a Dallas, donde pronto se convertiría en el capitán de un vestuario donde cohabitaban cinco nacionalidades, una rareza dentro de la NBA.
Pero por encima de todo, Nash destaca por su modestia. Durante los Juegos Olímpicos de Sidney, la federación canadiense le ofreció un pasaje en primera clase a Australia, una oferta que rechazó. Prefirió viajar con sus compañeros en clase turista. Al finalizar los Juegos, en los que llevó a la selección canadiense a los cuartos de final, Nash otorgó anónimamente un cheque de 25.000 dólares, unos 20.000 euros, a distribuir entre sus compañeros.
De vuelta en el equipo que le eligió en el draft de 1996, Nash es el ejemplo de que sigue habiendo jugadores comprometidos con la ética del vestuario, que ponen el baloncesto por encima de los egos, un John Stockton que juega más para el equipo que para sí mismo. Si el premio MVP se entregara al jugador más valioso, ese debería ir a parar a las manos de Steve Nash.
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