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La cárcel

Lo leí en este diario. Para un columnista de los que no han de salir de casa en busca de materia, un buen periódico es la mejor y casi única fuente de inspiración. Más de un amigo me ha sugerido Internet -no poseo el chisme y tendría que aprender a usarlo- pero así le ponían las carambolas al rey Arturo; de quien por cierto me gustaría hablar un día si el tal Arturo es el que me pienso. Digo que Internet se presta generosamente al pastiche; párrafo de aquí, párrafo de allá, una frase, una cita, cambio de palabras... y el resultado lo nota un buen lector. Más de un polifacético autor ha caído en la trampa y ha quedado en evidencia. Me ahorraré menciones, porque no vienen a cuento y están en la mente de todos.

El fracaso de las cárceles, es el titular de EL PAÍS (31 de octubre de 2004). Algo ha llovido, pero este informe de Antonio Jiménez Barca, bien pudo ser de ayer, pues nada ha cambiado ni es previsible que cambie a medio plazo, pues al paso que vamos, cuando las siete nuevas cárceles ahora en proyecto estén ya construidas y en funcionamiento, los sesenta mil reclusos de hoy serán muchos más. Hacinamiento y falta de control son las consecuencias.

En 1836, poco antes de pegarse un tiro (frente al espejo, según los cánones de una época romántica) el joven Larra publicó un artículo en el Diario de Madrid, Los barateros o el desafío y la pena de muerte. En buena parte, las ideas de Larra son todavía válidas: "...pero la sociedad, al reconocer en una acción el delito o el crimen, y al sentirse por ello ofendida, no trata de vengarse, sino de prevenirse; no es su objetivo tanto castigar simplemente como escarmentar; no se propone como fin destruir al criminal, sino el crimen; hacer desaparecer al agresor, sino hacer desaparecer la posibilidad de nuevas agresiones; su objetivo no es diezmar la sociedad, sino mejorarla". Más adelante: "...La cárcel no debe acarrear sufrimiento alguno que no sea indispensable, ni mucho menos influir moralmente en la opinión del detenido".

Por consiguiente, Larra arremete contra la masificación y el "estancamiento" en la cárcel; y propugna lo que hoy llamamos reinserción. Quienes hoy defienden la cadena perpetua, piensan, si lo hacen, en los siguientes términos: "Si el preso está realmente redimido no querrá que le indulten, sino pagar por su delito, sobre todo si es de sangre; si no lo está, dejémosle libre y volverá a matar". Un sofisma que nos llevaría algún espacio refutar. Pero perturba pensar que en el otro extremo un violador asesino, presuntamente arrepentido, sea puesto en libertad y vuelva a asesinar acaso con violación incluida. No tengo soluciones, lo confieso; ni creo que las tenga nadie sin caer en la utopía. Sin duda, si hay masificación no hay reinserción que valga. Algún caso aislado, tal vez; pero no precisamente gracias a la adquisición de valores morales, sino por miedo a ser devuelto a la celda. Pero las cárceles que pedía Larra, con la actual proliferación de delitos y la reconocible variedad de alteraciones mentales, me temo que arruinarían el presupuesto de cualquier país más rico que el nuestro. ¿Entonces? Ni queremos resolver expeditivamente el problema con la horca o el fusil ni masificar las prisiones más de lo que ya lo están.

En el artículo de Larra un baratero mata a otro en duelo, en el patio de la cárcel. Le condenan a muerte y el artículo concluye con un párrafo estremecedor: "Y el baratero murió y en cuanto a él, satisfizo la vindicta pública. Pero el pueblo no ve, el pueblo no sabe ver; el pueblo no comprende, el pueblo no sabe comprender, y como su día no es llegado el silencio del pueblo acató con respeto a la justicia de la que se llama su sociedad, y la sociedad siguió y siguieron con ella los duelos y siguió vigente la ley, y barateros la burlarán, porque no serán barateros de la cárcel ni barateros del pueblo aunque cobren el barato del pueblo".

Larra aborda esta cuestión en términos que recuerdan a Antonio Machado, cosa algo extraña en un dandy elitista como él. Hablándole al baratero la sociedad le dice: "...La igualdad ante la ley existirá cuando tú y tus semejantes la conquistéis; llámanme ahora sociedad y cuerpo; pero soy un cuerpo truncado. Pero, ¿no ves que me falta la base del cuerpo, que es el pueblo? ¿No ves que ando sobre él en vez de andar con él?".

Sensibilidad para las cuestiones sociales que ya nos gustaría observarla en la mayor parte de los políticos de hoy. Y en tanta gente que sólo se acuerda de las cárceles cuando una condena arbitraria y a menudo benigna hace pensar que el código penal es absurdamente benévolo y no igual para todos.

Hacinamiento y profetizable generación de mafias, entre ellas las del terrorismo islamista suicida. La diversidad de origen de los presos complica las cosas. Desde la cárcel se puede gestar la voladura de Terra Mítica, ahí nos las dieran todas si es a una hora en que no hay gente. "Te tienes que hacer rápido con tu gente, si no, te toman por un perejil y te roban todo", dice un preso.

Volvamos al entonces del principio. La cárceles son inevitables, la rehabilitación más que dudosa, cuando en una prisión concebida para ochenta personas se amontonan trescientas. Sembrar de prisiones socializantes el país resultaría oneroso a más de esparcir la alarma y el resentimiento en todo el cuerpo social, añadiendo así más reaccionarismo al reaccionarismo.

Una sociedad más justa impediría la aparición de focos de delincuencia. Es la única media solución al problema. Nada utópica y a la larga incluso rentable en términos materiales. He escrito media solución consciente de que mientras la genética y la justicia social no se aúnen contra el crimen, habrá crímenes. Pero muchos menos que ahora. Prevenir no es infaliblemente curar, pero con todo, es salvación de muchos cuerpos y almas. A no ser que Larra se pasara de idealista. La prevención incluye educar y dar trabajo. Y hacerle frente a la mayor tentación, la droga, que parece estar aquí para quedarse.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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