Gane quien gane, todos perdemos
¿QUÉ SUCEDERÍA SI un cazador infalible decidiese cobrarse la presa más preciada: el superviviente indestructible? El carácter infalible de uno implica que no puede fallar, es decir, que la presa no puede escapársele nunca. A su vez, la invulnerabilidad del otro supone que nunca puede ser cazado. La existencia simultánea de ambos conduce, pues, a una contradicción. Esta aparente incongruencia queda resuelta cuando uno cae en la cuenta de que la mera presencia de uno excluye la del otro. Viene a ser una versión de la conocida paradoja del obús infalible lanzado sobre una fortaleza indestructible. Por su calidad de infalible, debería dar en el blanco, pero por tratarse de una fortaleza que no puede ser destruida, entonces debería errar. La existencia de un proyectil infalible excluye la posibilidad de la existencia simultánea de una fortaleza indestructible y viceversa. Sobre este contrasentido se construye el argumento de Alien versus Depredador, de Paul W. S. Anderson.
La película es un nuevo intento de exprimir la fama que estos mitos del celuloide se han ganado, en solitario, a pulso a base de enfrentarlos entre sí. Veinticinco años después de su aparición en pantalla (Alien, 1979), el babeante alienígena reptiloide, paradigma del superviviente perfecto, se las ve ahora con el más implacable cazador, de estética rastafari, de la Galaxia (Depredador, 1987). Un encuentro previsible desde que en Depredador II (1990) aparecía el cráneo de un alien.
El escenario escogido es una antiquísima construcción piramidal sepultada bajo los hielos antárticos, donde sucede el rito de iniciación de los jóvenes depredadores ("cazadores", en el filme): el enfrentamiento secular con los alien (llamados "cosas", "criaturas"). El encuentro entre superestrellas cinematográficas es un recurso bien trillado cuando las ideas escasean. Recuérdese, si no, King Kong vs Godzilla (1962). Filme en que hubo que agrandar la talla del gorila gigante para que estuviese a la altura, nunca mejor dicho, del monstruo japonés dada la disparidad de tamaños. Mientras que Godzilla ronda los 120 metros (desde la cabeza hasta el extremo de la cola), King Kong no supera los 15 metros.
Frankenstein vs el hombre lobo (1943) o Drácula contra Frankenstein (1972), del inclasificable Jesús Franco, por citar sólo algunos ejemplos de enfrentamientos dispares, hasta el reciente Freddy vs Jason (2003), demuestran que la suma de dos mitos juntos no siempre (casi nunca) supera a sus originales por separado. En el que nos ocupa, además, se cometen toda suerte de errores.
Al margen de la cuestión, siempre presente cuando aparecen alienígenas, de la predilección de entornos terrestres para sus devaneos (¡no será grande la Galaxia como para venir a parar indefectiblemente a nuestro planeta, convertido ya en una especie de Benidorm cósmico!), la ambientación deja mucho que desear. La misma pirámide conjunta elementos de las civilizaciones azteca y egipcia y, cómo no, esconde un secreto sobre el origen de la humanidad. Ficción, claro, aunque algunos seudoarqueólogos sigan defendiendo la desacreditada teoría de una conexión entre esas grandes civilizaciones que fueron la egipcia y la azteca, separadas por un intervalo temporal de más de 4.000 años (tercer milenio aC., siglo XIV) con una civilización humana avanzada anterior.
La pirámide habría sido erigida por seres humanos en una época en que la Antártida era un continente cálido. Algo contradictorio con la cronología aceptada: este continente se cubrió de hielo hace alrededor de cinco millones de años, en plena era Terciaria, en el periodo Plioceno, cuando por aquí campaban algunos homínidos (australopiteco), antecedentes de los primeros humanos que no aparecerían hasta mucho después. ¿Quién sabe si el origen del Homo sapiens no vendrá de la unión entre la reina madre alien y un aventajado depredador? Difícil de aceptar resulta también el funcionamiento de los sistemas de posicionamiento global (GPS), que exhiben los protagonistas humanos bajo una capa de hielo de más de 600 metros de grosor, y la detección por satélite del yacimiento arqueológico a esa profundidad por la emisión de calor, sin que el hielo de alrededor dé muestras de derretirse.
Para los amantes de los desmanes biológicos a los que nos tienen acostumbrados, una perla (www.imdb.com): para dar ambientación a los pasadizos que recorren el interior de la pirámide, nada mejor que unas buenas telarañas, testimonio del desaliño que reina en los lugares frecuentados por alienígenas. Pues bien, no existe ninguna especie de araña productora de las mismas capaz de sobrevivir en las duras condiciones climáticas imperantes.
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