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Columna
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Todos controlados

Victoria Combalia

Cuando yo era pequeña, volar en avión era excitante y una delicia.Una azafata siempre muy guapa y muy cortés te daba un caramelo para que al tragar la saliva no se te taparan los oídos o algo similar. Pero ahora volar es una tortura y no hay otra conversación entre la gente para la que tomar el avión forma parte de su vida laboral. Como decía un amigo que viaja con frecuencia, "ahora ya sólo hay dos clases, la business y la mouton", o sea, la del cordero, intercambiable por la del ganado. Iberia, decidida a reducir gastos, ya no da ni un zumo de naranja sin pagar, y cuando lo compras es a un precio abusivo, con lo que ya comienza a verse a los pasajeros con botellas de agua: pronto los veremos con un hornillo haciéndose unas patatas bravas o con fiambrerita llena de cuscús. Ya no se da la prensa a la clase turista, y el equipaje humano pasa a ser considerado un mineral sin raciocinio. Salvo honradas excepciones, te tratan igual de mal si has pagado un billete completo como si te has apuntado a la última oferta por Internet y estás volando por tan sólo menos de 99 euros.

Pero lo peor es entrar en Estados Unidos, y aún peor los controles en vuelos interiores. Venía yo de ver el Museo Judío de Washington y haciendo la cola y sacándome los zapatos, el abrigo y la chaqueta evocaba lo que acababa de ver. Entonces una guardia negra me pasó el detector de metales por delante y evidentemente sonó. "¿ Lleva usted sostenes de aro?", me preguntó, y yo le dije que sí. Para mi sorpresa, me pasó el mismo detector por el otro lado y yo ya no sabía si reír o llorar: "Oiga, normalmente en los sostenes si hay un lado con aro, el otro también lo lleva", le dije, y con toda ingenuidad le pregunté si no llevaba sostenes. Para mi pasmo me dijo que no, y mientras contemplaba sus enormes senos caídos, miraba de refilón al que me seguía en la cola, a punto de ser interrogado, y que reía por lo bajo.

Y sin embargo, todo esto son pamplinas después de haber leído, subida a otro avión, el artículo del Herald Tribune del pasado 24 de noviembre. Resulta que yo estaba entre ese 15% de los dos millones de pasajeros diarios que en Estados Unidos son llevados aparte, escogidos al azar, para ser inspeccionados. Y el artículo en cuestión explica que las quejas de las mujeres se hacen oír cada vez más, tras tener que ser inspeccionadas muchas veces por hombres. La actriz Patti Lupone explica que se sacó el cinturón, los zapatos, la chaqueta, y que se quejó enérgicamente cuando le hicieron quitar la blusa. Numerosas ejecutivas toman la vía alternativa del coche o, pásmense, se han decidido a comprar unas blusas adicionales que llevan bajo la chaqueta. Están furiosas, y con razón. "Los hombres no saben cuán ofensivo es ser tocada por alguien cuando tú no lo deseas", dijo una de ellas. Bonito tema para una película (una atracción fatal derivada, pongamos por caso, de uno de estos registros), y un ejemplo más de que las leyes las hacen casi siempre los varones.

Estos nuevos controles se introdujeron en septiembre, tras un atentado terrorista en Rusia que destruyó dos aviones y mató a 90 personas, y en el que dos mujeres chechenas fueron sospechosas de llevar explosivos no metálicos que pueden ser, dicen, fácilmente escondidos en los sostenes. Pero las norteamericanas, siempre tan batalladoras, ya han empezado a requerir los servicios legales de abogados especialistas en derechos civiles. Y así está la cosa.

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