Políticos
En algunas ocasiones resulta difícil creer que vivamos en un país con estructura de estado social y democrático de derecho, porque lo que se aprecia por doquier son características propias de una democracia bananera, sobre todo repasando algunos de los últimos episodios de la vida política.
Nuestros jóvenes educandos, por ejemplo, son diagnosticados en el archimentado informe PISA como unos cenutrios que prácticamente no saben leer, se vierten toneladas de indignación en los caudalosos ríos de tinta que el asunto ha generado, y la explicación de los responsables ministeriales, emitida a modo de conclusión, es que eso es lo que hay porque no puede haber otra cosa dadas las circunstancias socio-económicas, cuando además, ocupa el Gobierno del mismo partido que sembró el germen de la situación actual con su Logse, aquel disparate pensado para inflar el número de titulados en las encuestas y concretar elevados y oscuros designios sólo al alcance del superior criterio de algún tecnócrata endiosado y adicto terminal al onanismo mental.
Aquí se puede utilizar una comisión de investigación parlamentaria, instrumento esencial y de importancia vital para que una democracia lo sea efectivamente y no sólo por denominación, para montar un teatrillo cutre encima de casi doscientos cadáveres, sobre el cual Gobierno y oposición se han apedreado con saña usando como munición acusaciones bastas y patrañas romas para la general vergüenza ciudadana y la indignación de los afectados, expuesta con rotundidad por su portavoz en la última comparecencia previa a la emisión de conclusiones.
Los políticos que padecemos, los que nos gobiernan y los disponibles para el relevo cuando lo decida el censo, son una mano de personajes cada vez más lejanos del pie de la calle, más inoperantes a la hora de proporcionarle un marco legal adecuado a los asuntos de los ciudadanos y regular sus relaciones y actividades, más hueros bajo su sonriente cáscara de viajantes de comercio intensamente entrenados en técnicas de venta.
Su máximo interés no es ya encauzar el devenir cotidiano en una dirección de progreso, si no que se centra exclusivamente en buscar la forma de acceder al poder ejecutivo en mala lid con los oponentes, y conservarlo a toda costa una vez se ha obtenido, eludiendo incluso la adopción de medidas cuya aplicación pueda suponer la pérdida de puntos en las encuestas de intención de voto, por necesarias, urgentes o trascendentes que sean.
No importa que se trate de un tema crucial de profundas implicaciones en el desarrollo de la sociedad, o de una cuestión grave cuyo sutil análisis convenga en orden a depurar ciertos mecanismos vitales en un estado democrático: su tratamiento se apoyará en criterios de rentabilidad electoral.
Y lo más triste es que los políticos que tenemos son los que nos merecemos por nuestra incapacidad para librarnos de ellos y conseguir unos mejores con los medios disponibles, que los hay.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.