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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Violencia y elecciones

Estados Unidos y el Gobierno interino iraquí se enfrentan a un serio dilema: ir adelante con las elecciones previstas para el 30 de enero, sin la participación de los principales grupos suníes y con una violencia creciente como la que ayer se cobró la vida del gobernador de Bagdad, o aplazar los comicios, como ha pedido el presidente provisional de Irak, Gazi al Yauar. La primera opción puede dejar a muchos suníes en la cuneta. La segunda, ceder ante la resistencia y los terroristas, uno de cuyos objetivos es impedir estos comicios.

Pese al aplastamiento de Faluya y la muerte de un millar de insurgentes en aquella operación, la violencia no ceja. El atentado contra el gobernador de Bagdad, Alí al Haidiri, en el que murieron también seis de sus guardaespaldas, ha sido el principal asesinato político en los últimos ocho meses, reivindicado por el grupo de Al Zarqaui, que ha recibido el respaldo del propio Bin Laden. Los ataques contra los centros electorales y contra los iraquíes que participan en las nuevas instituciones provisionales o cuerpos de seguridad se han multiplicado, sin por ello reducirse los dirigidos contra las tropas extranjeras. Ayer mismo murieron seis soldados estadounidenses.

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En las condiciones en que se encuentran las zonas suníes más conflictivas, las primeras elecciones libres en Irak difícilmente responderán a este adjetivo, pues muchos se verán amedrentados para no ir a las urnas. Para los suníes, tras su larga hegemonía con Sadam Husein, estas elecciones significan, finalmente, la llegada al poder de los chiíes, que representan un 60% de la población. Los distintos grupos chiíes han logrado un cierto grado de unidad y están ansiosos por copar la asamblea constituyente y el Gobierno provisional que salga de las urnas. Los kurdos, por su parte, confían en preservar, como mínimo, su autonomía. Y algunos de los principales grupos suníes han decidido retirar sus candidaturas. De ahí que ayer, centenares de políticos, clérigos y notables reunidos en una mezquita en Bagdad se pronunciaran a favor de aplazar los comicios, como públicamente pidió el presidente Al Yauar.

Aunque no supongan el fin de la violencia y la resistencia, las elecciones deberían marcar un antes y un después. Su aplazamiento, sobre el que hay opiniones diversas en el seno del Gobierno, nada resolvería. La decisión final corresponde no a la ONU -mínimamente presente debido a la falta de seguridad-, sino a la Comisión Electoral Independiente. Y de hecho, a Washington. Algunos círculos neoconservadores ven ventajas en que tras las elecciones se mantenga un cierto caos que justificaría la permanencia de tropas estadounidenses, cada vez más acantonadas en sus bases. El problema para esta visión es que unas elecciones verdaderamente libres pueden traer un régimen fundamentalista que, además, pida la salida de las tropas extranjeras. Y unas elecciones falseadas o aplazadas quebrarían el objetivo de convertir a Irak en una plataforma de democratización de todo Oriente Próximo. Una vez más en esta guerra no se ve por ningún lado que Washington tenga una estrategia definida para las elecciones y para el día después.

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