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Columna
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Navidades transnacionales

Joan Subirats

Uno de los elementos menos visibles de la internacionalización de nuestra sociedad es el que relaciona fiestas navideñas y la notable diversificación étnica, cultural y religiosa de nuestras calles y plazas. Estamos atravesando un periodo del año en el que todo se llena de símbolos y tradiciones, de elementos que conectan y mezclan factores de matriz cultural y religiosa. Muchos de ellos, simples envoltorios del gran frenesí comercial que caracteriza este momento del año. Pero, a pesar de todo, ese gran carrusel de regalos conecta y reconecta personas, familiares, amigos. Algunos de esos momentos o reuniones familiares o de amistad son más queridos que otros, e incluso algunos de ellos revisten más carácter de obligación que de fiesta. Pero lo cierto es que la simbología de a casa por Navidad origina un enorme trasiego de personas, y sirve de base en la que sustentar los clásicos anuncios de estos días, o que visualmente ha servido a Iberia este año para componer su publicidad con un árbol navideño formado por el tejer y destejer de sus conexiones aéreas. Pero, ¿cómo viven el tió, los pastorets, el caganer, la escudella, el pessebre o la música omnipresente de villancicos, nuestros miles de conciudadanos magrebíes, paquistaníes, chinos o latinoamericanos? Más importante aún, ¿cómo viven esa sobredosis familiarista personas que no tienen a su gente cerca, personas que ni por asomo pueden imaginar volver a casa por Navidad? No pueden regresar ni abrazarse, ya que o bien no disponen de capacidad económica para ello, o no pueden por falta de disponibilidad laboral o, en miles de otros casos, porque salir puede significar no poder volver a entrar.

En el marco de esas navidades cada vez más transnacionales, hemos de ser conscientes de las cadenas globales de cariño que se han ido estructurando a nuestro alrededor. Con miles de personas de otros continentes que cuidan de nuestros seres queridos, a nuestros padres y madres, a nuestros hijos e hijas, que nos ayudan en la intimidad de los hogares. La gran mayoría de esas personas, casi todas mujeres, realizan esos trabajos para así ganar un dinero con el que sustentar a otras tantas personas o familiares que cuidan a su vez de sus mayores o hijos. Son esas redes globales de cariño las que más resultan afectadas estos días por las oleadas de mensajes familiaristas y sentimentales que nos rodean. Sufren (o les hacemos sufrir) ataques de nostalgia, añoran abrazos y risas, sabores de fiestas. Y se teje entre todos ellos unos lazos emocionales que transitan y se mantienen en una tupida red de vínculos que supera con creces el mapa de destinos de cualquier compañía aérea.

Lo cierto es que las pautas de inmigración han cambiado muy profundamente en los últimos años. Llegan a Europa más mujeres que antes, que dejan atrás lazos familiares intensos. Abren, pues, espacios para el mantenimiento de familias transnacionales, organizadas con el dinero de aquí, el cuidado de los de allá y la continua interacción vía locutorio y entidad que transmite fondos de un sitio a otro. Aún no están claras las consecuencias de todo ello. ¿Cómo repercutirán esas fracturas a la larga? ¿Podemos hablar de drenaje de cariño del sur al norte, como apuntan algunos especialistas? De hecho, opera un modelo clásico de inmigrante, muy masculinizado, en el que ese tipo de cuestiones no eran especialmente significativas, y que era característico de las anteriores oleadas migratorias. Los flujos de inmigración femenina de América Latina a Europa rompe con los estereotipos de familia, ámbito doméstico o maternidad, tan arraigados en la cultura latina. Por tanto, se generalizan las imágenes de hogar roto, al contradecirse los códigos culturales que nutren los llamados valores familiares. Pero no podemos olvidar tampoco los graves problemas que esos mismos códigos culturales han provocado y provocan en la vida de las mujeres y de los niños en muchos países proveedores de mano de obra.

Ese conjunto de elementos cobra una especial relevancia estos días, por el conjunto de elementos ya mencionados y por la constatación apesadumbrada de la separación en días cargados de simbolismo. Esto lo saben bien las compañías de teléfonos ("en Navidad el mejor regalo es tu voz", afirma un anuncio de Telefónica dedicado a los cooperantes españoles en el extranjero). Lo notan los servicios de correos, que tramitan más cartas y paquetes que nunca. O se comprueba en el enorme aumento de las remesas económicas que estas últimas semanas mandan los inmigrantes hacia sus lugares de origen. Las cifras de esas remesas son cada vez más espectaculares. Este año todo hace suponer que se superarán los 3.000 millones de euros enviados desde España a cualquier lugar del mundo por parte de los millones de inmigrantes que viven y trabajan entre nosotros. Un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo señala: "La gente se desplaza por millones hacia el Norte, y el dinero vuelve a billones hacia el Sur". Por lo que parece, el envío medio es de unos 300 euros, y efectúan entre 7 y 11 envíos al año. En estas semanas se concentra casi el 30% del total del año, y ello es especialmente significativo en el caso de los inmigrantes latinoamericanos, lo que indica la especial intensidad con que se vive la separación en unas fechas para ellos también cargadas de simbolismo. En 10 años se ha multiplicado por 10 la cifra de remesas, y en poco tiempo se calcula que llegará a superar la cifra que siguen mandando los inmigrantes españoles afincados en el extranjero. Un anuncio de una importante institución financiera del país tiene la habilidad de conectar familia, dinero y Navidad, al anunciar que cualquier inmigrante podrá hablar gratis con su familia en estas navidades si les manda el dinero a través de su entidad. Un mensaje navideño, familiar...y rentable.

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