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Columna
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El viajero inmóvil

La Dirección General de Tráfico anuncia grandes nevadas y fuertes vientos, y aconseja a los ciudadanos que no emprendan viajes por carretera si no es imprescindible. "Siempre exageran, por aquello del más vale prevenir que curar", dice el modelo de conductor ibérico homologado, un sector cuyos integrantes, sin excepción, se consideran temerarios ases del volante que no pudieron triunfar en los circuitos por la tradicional precariedad de la industria española del motor. La esposa del fittipaldi frustrado cumple con sus deberes de copiloto comprobando el material de emergencias, teléfono móvil con las baterías recién cargadas, linterna, mantas, las cadenas que nunca han usado y que seguramente no sabrán colocar si tienen necesidad de ellas, y una provisión extra de barritas energéticas con cobertura de falso chocolate.

Por una milagrosa coincidencia, el vehículo de la pareja está correctamente aparcado en la puerta de su domicilio, y la copiloto piensa que nunca se verán en otra igual y que es una lástima tener que moverlo, y más lástima todavía si la movilización tiene como objeto hacer un viaje que, según los augures de la DGT, se presupone dantesco, para celebrar las fiestas navideñas en un pueblo de Segovia en el que reside su familia política. El itinerario incluye una breve pero polémica parada en el carril bus-taxi de la Gran Vía, en el que ella bajará un momento a recoger la voluminosa y pesada cesta de Navidad, obsequio de la empresa de él, artefacto dotado de una sola asa de plástico de bordes afilados. La Gran Vía está a dos pasos de su casa, pero el año pasado, después de un penoso vía crucis callejero en el que ella ofició de cirineo, ambos se prometieron no volver a intentarlo.

11.45. El automóvil, después de los topetazos de rigor contra los bolardos que delimitan la exigua plaza, sube la empinada cuesta de la calle del Molino de Viento, afluente de la del Pez, para detenerse, a dos pasos de la cumbre y a diez metros de su arranque, detrás de un camión de cervezas que, vulnerando todas las leyes de la física, trata de girar en ángulo recto por la calle de El Escorial; se lo impiden los citados bolardos y una furgoneta mal aparcada. Rugen los motores y un par de expertos en movilidad urbana que han salido de la taberna de la esquina colaboran con sus escuetas y sabias instrucciones.

11.50. Aparece el de la furgoneta y, tras unos minutos de acalorada discusión, ambos vehículos se ponen en movimiento. El amigo fittipaldi realiza limpiamente el giro de El Escorial y está a punto de estrellarse contra la trasera del camión de cervezas, que, superado el obstáculo, ha llegado a su meta e iniciado la descarga de cajas, sin prisas pero sin pausas.

12.10. El automóvil de la pareja protagonista da marcha atrás para escapar de la trampa y proseguir por Molino de Viento. En su confluencia con la de Don Felipe, dos operarios proceden a reemplazar unas baldosas del pavimento. "Cosa de cinco minutos", advierten.

12.45. El vehículo se encuentra atrapado en el atasco habitual con plus de navidades, de la calle de Fuencarral al que ha sido conducido a la fuerza. Su plan consiste en desviarse por la calle de Colón y descender por la del Barco, hasta desembocar en la cercana pero inalcanzable Gran Vía.

13.30. Una mudanza, en la que al final colaboraron los automovilistas retenidos en el atasco producido por ella, impide la navegación por la calle del Barco, y la intrépida pareja, tras soslayar nuevos obstáculos en la plaza de San Ildefonso, peatonalizada por decisión de sus peatones, toma la Corredera Baja de San Pablo y...

13.45. Un camión grúa trata de cargar uno de los contenedores de obra encastrados en la corredera, fascinante espectáculo que corta la circulación pero entretiene mucho al personal. La pareja se ve obligada a girar de nuevo por la calle de El Escorial hasta su intersección con la del Molino de Viento. Los amables operarios que sustituyen las baldosas anuncian que va a ser cosa de cinco minutos. La copiloto, resignada, devora una barrita energética y el león de la carretera brama de impotencia, aplasta otro cigarrillo en el abarrotado cenicero y comprueba con horror que la aguja del combustible está completamente tumbada al fondo de la reserva.

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