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Columna
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Música celestial

Los obispos se han juramentado para que cada día sea uno de ellos el que eche sapos y culebras contra el reconocimiento por el Estado del matrimonio homosexual. Ellos se permiten anatematizar al Gobierno democrático, aunque aquí casi nadie diga nada sobre si la Iglesia debería bendecir el matrimonio gay y eso que no faltarían argumentos. Ancestral es la contumacia de los clérigos por los asuntos de la entrepierna, pero últimamente lo suyo con los gays parece una obsesión.

El pasado domingo la jeremiada fue a coro y la Conferencia Episcopal Española volvía a rasgarse las vestiduras con un nuevo documento en el que señalaban que "el comportamiento homosexual es siempre de por sí éticamente reprobable" y que "ante el reconocimiento legal de las uniones homosexuales o la equiparación legal de éstas al matrimonio, con acceso a los derechos propios del mismo, es necesario oponerse de forma clara e incisiva". Lástima que esta penetrante forma de oposición, que predican desde sus palacios episcopales, no la ejerzan para enseñar los valores evangélicos que acaben con el racismo, la xenofobia y el clasismo de entre tantos de sus fieles.

La intromisión de la Iglesia en asuntos cuya regulación en una sociedad democrática sólo corresponde al Estado, va más allá y alcanza a la despenalización de la eutanasia, a la enseñanza, a la financiación de esta última y sobre todo a los dineros públicos aportados al propio clero. Y así lo ocurrido con la eutanasia -un tema que no está en la agenda política del Gobierno- es bien claro: con la excusa de una película, la Iglesia dispara por elevación contra el Ejecutivo, para tomar posiciones en la batalla por la financiación, que es lo que realmente le importa y lo que, en no poca medida, está en juego con la enseñanza de la religión. Y en esto se equivocará el Gobierno si pretende igualar por el laberíntico procedimiento de financiar la enseñanza de otros credos como el Islam, o sus mezquitas, con la plausible intención de que no las paguen los islamistas radicales. Un Estado laico no debe financiar ninguna religión. Como no debería financiar la llamada enseñanza concertada con los colegios católicos. Tendría que destinar todos esos recursos a conseguir la mejor escuela pública, la única forma de crear ciudadanos educados en los valores de igualdad, tolerancia y democracia.

Entre 1988 y 2002 el Estado ha pagado a la Conferencia Episcopal 450 millones de euros de más. Es decir, añadidos a los 1.632 millones recaudados a través de la discutible casilla del 0,52% del IRPF. Discutible casilla, porque, por un lado, la Conferencia Episcopal Española ha pedido que el Estado les conceda el 0,8% del IRPF; y por otro, porque algunos piensan que el Estado no tiene por qué hacer de cobrador del frac de ninguna iglesia, secta, hermandad o camarilla.

Así que no es de extrañar que las preocupaciones de estos príncipes de la Iglesia puedan parecer poco espirituales, de tan centradas como están en el bolsillo y la bragueta. A estos sepulcros blanqueados, los otros problemas del mundo les debe sonar a música celestial. Por lo demás, feliz Navidad.

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