El futuro de Cajasur: una responsabilidad compartida
Córdoba ha reaccionado con un suspiro de alivio -puede que también haya habido algún que otro melancólico lamento- tras la firma del acuerdo entre la Iglesia y la Junta de Andalucía, que ha puesto fin al largo, y en ocasiones cruel, enfrentamiento entre el Gobierno andaluz y Cajasur, que comenzó en 1999 y va a terminar, si no surgen contratiempos, en el transcurso del 2005.
Este alivio de la sociedad cordobesa está justificado porque se percibe el fin, sin vencedores ni vencidos, al menos aparentemente, de una batalla mediática, política, económica y social, de complejos recovecos y, en muchos casos, de inexplicables comportamientos, que arrojaba demasiadas sombras, miedos e incertidumbres sobre el futuro de esta entidad financiera a la que la mayoría de los cordobeses sentimos tan nuestra -en el sentido de profundo arraigo íntimo, no de propiedad compartida- como la Mezquita, el Puente Romano o el reloj de las Tendillas. Cajasur es nuestra Caja y había miedo, muchas clases de miedos, ante lo que pudiera ocurrir.
Por eso, el más inmediato efecto positivo de este acuerdo ha sido el de quitar el miedo, ese sentimiento viscoso y poco razonado, que, aplicado a la relación de una sociedad civil con una entidad de este tipo, hubiese podido tener, en caso de perpetuarse la anterior situación, nefastas consecuencias para Cajasur, para Córdoba y para el sistema financiero andaluz. Se puede discutir, y de hecho se está haciendo, sobre si este acuerdo era el mejor de los posibles, y estoy convencido de que sobre esto no vamos a poder llegar a una conclusión que a todos nos complazca plenamente. Hay demasiadas historias, demasiados intereses, demasiadas ambiciones entrecruzadas como para que todo el mundo se sienta totalmente satisfecho. Eso hay que aceptarlo. Lo que hay que valorar, ante todo, es que no hay muchos que puedan sentirse totalmente defraudados.
A partir de ahora se abre un camino que, hace sólo unos meses, hubiese podido parecer por completo intransitable, pero hay que recorrerlo sin cometer los errores que por parte de muchos de los protagonistas de esta historia han contribuido a que, lo que se hubiese podido resolver de una forma satisfactoria hace muchos años, haya estado a punto de convertirse en la crónica de una muerte anunciada. Pero no es bueno el volver la vista atrás, ni entrar en atribuir culpabilidades sobre las que tampoco íbamos a estar conformes, pero si es necesario la asunción colectiva de que ha habido equivocaciones de bulto que no pueden y que no deben volver a producirse.
Cada uno, Iglesia, Junta de Andalucía, instituciones, directivos, fuerzas políticas y sociales tienen que hacer el esfuerzo de, sin olvidar el pasado, dedicar todos sus esfuerzos al futuro. Y no hay futuro sin un gran pacto sobre Cajasur, pacto que tiene que llevarse a cabo desde el diálogo, el entendimiento, la lealtad institucional y el convencimiento de que todas las aportaciones son, no sólo valiosas, sino imprescindibles, y que las renuncias personales deben estar supeditadas al bien colectivo.
Lo importante es garantizar la estabilidad, la transparencia, la eficacia y el papel dinamizador, económico y social, que son imprescindibles en el funcionamiento de esta caja de ahorros, la más importante en el mapa financiero cordobés y con un papel destacado en el conjunto de Andalucía. De ahí, que haya llegado el momento de abrir un diálogo sereno, inteligente y generoso sobre esa gran opción abierta de futuro que representa el acuerdo firmado el pasado lunes 13 de diciembre, que no es el final de un camino sino que marca el comienzo de un trayecto nuevo que ha de estar presidido por el entendimiento y no por la discordia. Y mal inicio sería el que en estos primeros momentos de una etapa que se acaba de abrir, nos dedicásemos, unos y otros, a refregarnos vergüenzas pasadas, en lugar de buscar aquellos puntos de consenso, en los que tiene que basarse la configuración y el diseño de la futura trayectoria de una entidad, con tanto arraigo, tanta historia, tanto presente y tanto futuro.
Como de ingenuidades y planteamientos utópicos andamos suficientemente escarmentados, uno comprende que lo antedicho es mucho más fácil de escribir que de llevar a cabo, pero, o asumimos entre todos esa responsabilidad o corremos el riesgo de defraudar las esperanzas y las ilusiones que existen ahora mismo sobre el mañana de Cajasur. Estamos ante un reto apasionante y hay que tomárselo, no como una nueva batalla en la que andemos buscando, o planeando, emboscadas y escaramuzas, sino con el sentido de la responsabilidad que toda una sociedad, harta ya de frustrantes desencuentros, exige de quiénes tienen en sus manos el poner punto final a una triste historia y abrir las puertas de un futuro sereno, constructivo e ilusionante.
Juan Ojeda Sanz es ex eurodiputado y periodista.
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