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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sueño y luz

Anoche hablé con el doctor Eduard Estivill para que me contara una historia sobre el sueño. Me gusta Estivill porque hablando del sueño está en vela, y no como esos hermeneutas que sólo saben hablar del sueño soñando. Siguiendo la costumbre, le había pedido que la historia pudiera localizarse en algún lugar de la ciudad, real o imaginario, presente o perdido. Le dejé la noche para que lo pensara y esta mañana temprano, antes de que se marchara a Francfort, volví a llamarle. Por desgracia, la historia no sujetaba tres folios. Creo que en la cabeza de algunos hombres hay demasiadas historias, y a la hora de desbloquear una debe de producirse un atasco, una aglomeración y, por la ley del embudo, pasa a veces la más oportunista, aunque sea la más puramente banal. Fue así como el doctor, mecido en mil nanas, recordó la de un mediodía en el restaurante Saint Rémy, cercano a su clínica, adonde había ido a comer con un colega. En la mesa de al lado comía una pareja joven, padres de un bebé que lloraba. El llanto fue poniendo nerviosa a la mujer. Iba a cogerle cuando el doctor intervino amablemente: "No lo coja, no". Como si hubiese oído la melodía de Hamelín, la mujer lo dejó otra vez en su capazo. Entonces el doctor acarició la mejilla del bebé, y el bebé primero calló y luego se durmió. La mujer, admirada, le preguntó si era el doctor Estivill. Luego le informó de que seguían su método infalible. Al otro día le envió con una carta de agradecimiento unos bellos dibujos de temática bebé. Y en unos meses se convirtió en ilustradora de sus libros. Bien. Iba a preguntarle si ya estaba pero él me estaba diciendo "y ya está". Rompí el incómodo silencio preguntándole por las últimas noticias sobre el sueño, y librado del síndrome de monsieur Jourdain, que suele producirse cuando alguien se ve forzado, explícitamente, a hablar en prosa, el doctor abrió una hora de monólogo fascinante.

La pregunta que se hace el doctor Estivill es si el sueño tiene una sintaxis. O si los trozos de la vida van ocupando arbitrariamente su lugar

Las notas que había recogido eran buenas, pero no había ningún lugar donde ocurriesen. Para despejarme pensé que tenía unas horas, estaba en Valencia y en el Ivam daban algo de James Turrell. Cuando llegué el doctor Estivill ya estaba allí. Turrell es un artista asombroso. Un realista extraordinario que trabaja con la luz. La primera condición del realismo es favorecer el ensueño con la exhibición de lo real. Por eso, tan sólo los realistas hacen soñar. Los que proyectan directamente sus sueños, en los lienzos o en los libros, queman la imaginación de sus lectores. Turrell amasa la luz. Es simple. La luz no significa nada. Sólo está. La cuestión es que no la habíamos visto hasta Turrell. Un creador sólo es un descubridor, y de eso trata la prueba irrevocable de la inexistencia del Dios creador de todas las cosas.

Anduve con Estevill entre los prismas y las grutas y el polvo de luz. Me explicaba que aún no se han podido ver los sueños. Es decir, el fluido que quizá recorra alguna región del cerebro cuando el hombre está inmerso en la fase REM. No sabemos si hay fluido. Hasta ahora, y mediante mapas de temperatura, sí se ha podido observar cómo al paso de los sueños se calientan algunas zonas cerebrales. Pero el fluido, no. Esta luz, no. Un cartel advierte que en la última de las instalaciones del artista los visitantes no deberán llegar hasta el final. Al final hay un escalón. Cumple una función meramente técnica: cortar la luz del modo que necesita Turrell. Gracias al lado técnico, nadie se empapuza de metafísica. Si se trata de la muerte, resulta sobrio, y está bien así. Estivill observa en el escalón el carácter del sueño. Una caída controlada hasta la profundidad. La última fase y más profunda del dormir se cierne sobre la madrugada. En esa hora se sueña y también se muere. Las alteraciones en la respiración favorecen los infartos. Dado que en ese minuto se tocan sueño y muerte, le pregunto al doctor si la formidable impresión de un determinado sueño puede causar la muerte, de igual modo que la causa una formidable impresión en la vigilia. No está descrito, contesta. Y luego añade algo extraño, de lo que no parece querer dar más explicaciones. Como si el cerebro distinguiera entre el sueño y la vigilia y no se mostrara dispuesto a morir por la ficción. Al fin y al cabo el sueño afloja el músculo y un hombre que sueña no puede apenas moverse. Si no es, precisamente, un enfermo sonámbulo. Es decir un practicante de la non fiction novel. Me temo que demasiado hermoso para ser verdadero.

En la más perturbadora escultura de Turrell se intuye uno de sus versos. La posibilidad de que la luz interactúe sobre el observador. Parece algo basado en el principio de incertidumbre de Heinseberg: el observador influye sobre lo observado. Especula Turrell sobre la posibilidad de que sus esculturas fueran aún más bellas sin nosotros. En ésta, y al cabo de algunos minutos de observarla (aunque mejor sería decir de penetrarla), se producen sutiles movimientos y los prismas van encadenándose en órdenes diferentes. Estivill contempla el movimiento hipnotizado. Cuenta, en voz muy baja, que este mismo es el orden diverso que el sueño practica con la experiencia. La diferencia entre el sueño y la vigilia no parece estar en los materiales acumulados. Está en el orden. En la vigilia una voz narra "Me levanté y telefoneé al doctor Estivill" y en la vida / REM la voz quizá prefiera: "Levanté y Estivill doctor al telefoneé me". Del antiguo orden sólo sobreviven las comillas. La pregunta que se hace el doctor es si el sueño tiene una sintaxis. O si los trozos de la vida van ocupando arbitrariamente su lugar como un byte expósito en la memoria informática.

Hay un instante inolvidable en el último polígono de Turrell. Cuando el doctor alarga el brazo, abre la mano, la cierra, y sale de allí con el puño lleno de luz.

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