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Columna
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Jaime Gil de Biedma

Entre las ironías ofrendadas a Madrid brilla con luz propia la que le asestó en un poema el barcelonés Jaime Gil de Biedma (1929-1990) quien, por cierto, era primo segundo de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma. El personaje que habla en el poema De aquí a la eternidad cuenta la entrada en coche de un viajero que llega a Madrid por la antes llamada carretera de Barcelona y hoy ya ascendida a autovía. El poema comienza con este epígrafe del coro de la zarzuela La Viejecita: "Ya soy dichoso, ya soy feliz / porque triunfante llegué a Madrid, / llegué a Madrid". Y, a partir del epígrafe, los 43 versos del poema son de una ironía letal que va creciendo de verso en verso. El poeta va describiendo el paisaje y dice: "Luego está la glorieta / preliminar con su pequeño intento de jardín..." -ese "pequeño intento de jardín" es de una malignidad digna de Catulo, el poeta latino preferido de Gil de Biedma- y remata la faena: "... y al fondo / la previsible estatua y el pórtico de acceso / a la magnífica avenida, / a la famosa capital". Llamar a Madrid famosa capital con el despectivo tonillo con que está dicho es venenoso. Y acaba el poema: "Ya estamos en Madrid, como quien dice".

Y hago una entrada lenta al tema de la publicación de Jaime Gil de Biedma, de Miguel Dalmau, porque, desde el anuncio de su publicación en las páginas de Cultura de EL PAÍS hasta su llegada a las librerías madrileñas, casi ha mediado una década. Bueno, ya ha llegado por fin este controvertido libro en cuya cubierta se ha estampado el título Jaime Gil de Biedma y en la portadilla y portada el título Jaime Gil de Biedma y el subtítulo Retrato de un poeta. En consecuencia, en la cubierta -que un alto número de editores, escritores, libreros y periodistas suelen llamar, erróneamente, portada y, en consecuencia, a la contracubierta llaman, también erróneamente, contraportada- no hay subtítulo, por lo que el comprador, al venir el libro retractilado, no sabe si está comprando un retrato, una biografía, un ensayo o una novela basada en la vida del poeta.

Al subtitular el autor el libro como retrato, ya sabemos a qué atenernos. A diferencia de la biografía, que exige extremo rigor y sumisión a los datos y las opiniones del biógrafo se consideran como inadmisibles intrusiones de autor, en el retrato prima la subjetividad del retratista. Miguel Dalmau tiene un punto en común con Mallarmé: es alérgico a confesar sus fuentes. Por ejemplo, la estructura de su libro dividido en tres partes -'Infancia y confesiones', 'El juego de hacer versos', 'Contra Jaime Gil de Biedma': títulos de tres poemas del poeta- está inspirada (o, más exactamente, saqueada) en el último párrafo del prólogo que Javier Pérez Escohotado escribió en el libro Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (El Aleph, 2002), que reúne 23 entrevistas-conversaciones que el poeta mantuvo con 30 interlocutores. En ese párrafo, Pérez Escohotado cuenta el momento en que le expuso a Gil de Biedma la idea de recoger y editar sus conversaciones. En julio de 1978, Pérez Escohotado y Gil de Biedma coinciden en la Fundación Miró que había organizado una exposición antológica del pintor Francis Bacon. Pérez Escohotado recuerda que, cuando él ya salía, Gil de Biedma iniciaba su periplo en la exposición y estaba viendo el Tríptico. Mayo-junio, 1973, en el que Bacon plasma el suicidio de su amigo Georges Dyer. Veamos cómo inicia su libro Dalmau. Título: Tríptico, 1978. Primer párrafo: "Una mañana de verano, cierto caballero maduro, calvo y de fina barba blanca entró en la Fundación Miró de Barcelona para visitar la exposición dedicada a Francis Bacon. Cuentan que iba solo, elegantemente vestido, y que se detuvo largo rato en las salas. Aunque Jaime Gil de Biedma desconocía la historia que inspiraba aquellos cuadros, su atmósfera le resultó familiar". Demos por buena la primera frase. Pero ese "cuentan" no es plural sino singular: el único que lo cuenta es Javier Pérez Escohotado, a quien Dalmau cita vergonzantemente en la página 398. Pérez Escohotado nada dice ni del atuendo ni del tiempo que Jaime Gil dedicó a ver los cuadros. Y ¿cómo sabe Dalmau si Gil de Biedma desconocía la historia del pintor? Dalmau es, pues, un retratista omnisciente y adicto a la ficción.

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