El retablo de la decepción
Semillas mágicas es la continuación de Media vida, novela escrita inmediatamente antes de recibir Vidiadhar Surajprasad Naipaul (Chaguanas, Trinidad y Togabo, 1932) el Premio Nobel de Literatura en 2001. Así pues, la presente es inmediatamente posterior. Suele decirse que ganar el premio y entrar en la decadencia o la repetición es todo uno, pero no es el caso de Naipaul: las dos novelas se enlazan con una perfecta continuidad y coherencia, y la mirada al mundo contemporáneo sigue ampliándose; ya hablaremos de esa mirada.
Willie Chandra, el protagonista de ambas novelas, tiene en ésta unos cuarenta años. Ha vuelto de África escapando de una revuelta guerrillera y está dispuesto a hacer algo por sí mismo de una vez. Chandra es un personaje desubicado: de su familia, de su país, de los países -Inglaterra, Mozambique- donde ha vivido y, sobre todo, descolocado dentro de sí mismo. El tiempo ha ido pasando por él como por un cedazo y en el cedazo no queda nada retenido, salvo la conciencia de que durante cuarenta años la vida se ha ido escurriendo por su enmallado. Chandra es indio y detesta el país y su estado social, representado muy especialmente por su padre, rodeado por la conformidad de su madre y su hermana. Chandra es un rebelde que no sabe qué hacer con su rebeldía y, además, es pobre, muy pobre, y muy ignorante; y también es bastante vago, inmaduro e inercial.
SEMILLAS MÁGICAS
V. S. Naipaul
Traducción de Flora Casas
Areté. Barcelona, 2004
304 páginas. 19,50 euros
En Semillas mágicas encuentra a su hermana instalada en Berlín como amante y compañera de un fotógrafo y entregados ambos a la causa de la revolución venga de donde venga. La insistencia de esa hermana liberada de un destino de mujer hindú de casta inferior le anima, en su obsesión por hacer algo consigo mismo que justifique su vida y disipe su desconcierto, a integrarse en un grupo guerrillero hindú. La novela se divide en dos partes: la vida en la guerrilla y el regreso a Inglaterra.
El movimiento de liberación al
que Chandra se une le empuja a través de una sucesión de pueblos y paisajes miserables, lo empareja con personajes arteros, conspiradores, farsantes, solitarios, ignorantes y hasta cómicos, penosamente cómicos. El mundo de la guerrilla en el campo es patético; el desconcierto, total. Los guerrilleros errantes, los campesinos, el egoísmo de la miseria, la sombra de la policía o el ejército, el hambre, los malos ratos, la intemperie... todo forma un cuadro que poco a poco se revela prodigiosamente como un caos que se halla tan fuera del mundo como la propia gente a la que se pretende redimir de su estado. Y todo se mezcla en un paisaje cuya textura material, sensual y humana brota de una escritura que es todo lo contrario: precisa, ordenada, inteligente, delicada, detallista. Así como en la anterior estancia africana de Chandra, Naipaul apenas se cuida de identificar el país, así tampoco se cuida aquí de identificar el movimiento al que se adhiere su personaje; incluso más parece una mezcla de grupos perdidos en sí mismos y dentro de la naturaleza y la miseria que una sola organización de carácter ideológico. "Lo único que sé es que me he puesto en manos de otros", acaba reconociendo.
El contraste viene de la mano del Londres al que Chandra regresa decepcionado y abrumado y a sus viejos (y pocos) amigos. Otra vez hay que empezar, buscar algo, una habitación, un dinero, una ocupación, un anclaje sexual, una imagen de sí mismo. Pero le puede la sensación de pérdida al regreso de una nueva pérdida; eso lastra sus movimientos. Chandra es, en el fondo, una máquina de percibir; su estatismo, su disposición también, son una forma de aprehender la realidad; pero al tratar de entenderse a sí mismo, de buscar un lugar y una imagen que lo redima de esa constante extranjería que es su paso por la vida, la dificultad para ordenar lo que aprehende es como un filtro por el que pasan las experiencias que, depuradas, se alejan de él.
Lo interesante de Naipaul es su mirada y su posición de narrador, cómo se ayuda, por medio de los personajes centrales y laterales (incluso cediéndoles la voz cuando amplía sutilmente con ello el campo de visión) a los que hace aparecer para colocar la distancia exacta, pero subyugante, firme y sugerente con que observa la condición del extrañado; no sólo el extrañado racial o social sino al extrañado de sí mismo, el que no encuentra un sitio ni dentro ni fuera de sí mismo. Esta referencia es central y nutre todas las ramas laterales. Así construye el sentido de lo que relata. El arte de su escritura hace que sus historias parezca que se deslizan, pero el rozamiento producido por esa traslación es el que marca el ritmo; es un ritmo elegante que seduce porque el lector se va percatando, en cuanto se acopla con él, de la cadencia con que va sutilmente sustanciando el conflicto de Chandra.
La clave de su búsqueda y su
desconcierto está en este pensamiento concebido en los meses de guerrilla: "El pasado era terrible; había que acabar con él. Pero el pasado también poseía una especie de integridad que a las personas como R. (un guerrillero) no les interesaba lo más mínimo y que no conseguían reemplazar". Esa condición de irreemplazable que obstruye cualquier vía de renacimiento, que no deja avanzar ni retroceder, se manifiesta como un extraordinario golpe de lucidez: es el sustento de la integridad lo que Chandra no encuentra. Ha renunciado a la tradición y no sabe cómo refundarla a partir de sí mismo; aborrece su sentido, pero no encuentra otro. Y esa incertidumbre es la que se convierte, por arte de una elaboración paciente e inteligente, en la escritura que construye este libro con un formidable poder de atracción. De ella misma surge -ésa es su verdad literaria- la reflexión del autor sobre el mundo, mundo dudoso sobre el que caminamos con inseguridad tanto él como sus lectores. De ella misma surge también la lenta y golosa firmeza de esta gran novela.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.