_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos hermanas

Ramón Gómez de la Serna retrató a estas calles de Fuencarral y Hortaleza como dos hermanas, casi gemelas en su físico pero muy dispares de temperamento: la primera, alegre y agraciada; la segunda, más adusta y discreta. Los escaparates de Fuencarral brillaban en sus mejores tiempos con el charol de las zapaterías, gremio predominante en el sector más próximo a la Gran Vía. A mediados del siglo pasado, los madrileños debían gastar mucho en calzado porque los comercios del ramo se sucedían cada pocos pasos y en días señalados, el gentío desbordaba las siempre insuficientes aceras. Los escaparates de Hortaleza, mientras tanto, exhibían preferentemente máquinas de escribir, prosaicas calculadoras y cajas registradoras con una iluminación oficinesca, solo algunas tiendas de materiales para las bellas artes le daban algo de color a la calle Cenicienta.

La crisis del comercio zapateril y la obsolescencia de las máquinas de escribir hermanaron después en la desgracia a las dos calles, pero la decadencia se hizo más evidente en la hermana agraciada, que sin el maquillaje y la bisutería se echó a perder enseguida. Hortaleza se las arregló mejor porque siempre fue más apañada y de mejor conformar y supo sobrevivir con sus pensiones, bares y restaurantes económicos, bisuterías o videoclubs. Luego, la eclosión arco iris del barrio de Chueca, con el que hace frontera, fue ocupando los espacios vacíos con nuevos, curiosos y variopintos negocios orientados al público gay, pero ni las multicolores banderas ni los diseños más atrevidos han conseguido quitarle del todo esa pátina gris bajo la que siempre ocultó sus gracias; cambió de costumbres pero no de talante.

La relativa prosperidad de la hermana fea sirvió de acicate a la desmejorada señorita de Fuencarral, que fue recuperando sus galas y sus brillos y sus zapatos, mezclados esta vez con tiendas de ropa y complementos. La calle de Fuencarral pudo tener en tiempos un moderado encanto para fetichistas reprimidos, pero los modelos de diseño que hoy exhiben algunos escaparates superan todas las fantasías de un género tan dado a alimentarlas. La miscelánea de los cambiantes comercios de la calle incluye casi todas las tendencias que se acumulan en los almacenes de la aldea global, lo étnico y lo cibernético se rozan o se superponen, las fronteras entre el glamour y el kitsch, entre lo ridículo y lo sublime, se difuminan y los jóvenes clientes que pululan en este zoco, menos caótico de lo que parece, desfilan por las angostas pasarelas luciendo sus personales combinaciones, de elementos y complementos. Este abigarrado muestrario humano podría ser contratado, o abducido, en masa para hacerse cargo de la figuración completa de uno de esos filmes galácticos y apocalípticos a corto plazo, ciudadanos supervivientes de una catástrofe cósmica vestidos con los retales de la gran liquidación final, o colonos de un lejano planeta, "Nueva Babel" donde todos parecen entenderse por lo menos en algo, aunque sea para jugar a los disfraces, gente pacífica pese a sus pinturas de guerra y sus tatuajes.

Hortaleza sigue siendo discreta, casi clandestina, Cenicienta en un reino en el que los príncipes salen de noche y se aman entre ellos y las princesas se besan en sus portales haciéndole sentirse otra vez alcahueta, antiguo oficio en el que la discreción es norma y que ya ejerció en otros tiempos más sombríos cuando albergó garitos y burdeles, timbas y tráficos prohibidos.

Hortaleza y Fuencarral son las fronteras naturales de los barrios del Barquillo, hoy de Chueca, y de Maravillas, hoy de Malasaña, dos barrios también hermanos y por lo tanto también rivales, dos barrios antiguos y populares que una vez más se han repoblado con nuevas tribus. En los alrededores del gran bazar no todo son comercios de moda y bares de copas, existen teatros mínimos, librerías, tiendas de cómics, restaurantes innovadores, peluquerías multiculturales, agencias de viajes de aventura, comercios artesanos y tiendas de muebles orientales, bisutería étnica o infusiones exóticas y sobre todo muchas academias de arte dramático y de danza del vientre, de budismo zen y de capoeira, de Tai-Chi y de masaje japonés. Gente con ganas de saber, gente que ensaya para aprender otra forma de vida y convivencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_