El universo explicado
En el artículo Cómo acabar con la filosofía, Woody Allen aseguraba: "Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que a esa sustancia la llamamos átomo, o también mónada. Demócrito la denominó átomo. Leibniz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas partículas fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental o quizás algo que cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado tarde para remediarlo, salvo quizá comer mucho pescado crudo. Por supuesto, esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida ultraterrena ni aclara al sensación que siente mi tío Sender de que le persiguen los albanos". Lo cierto es que todos tenemos algún tío o en su defecto Egibar que se siente perseguido o, por lo menos, que tiene otra explicación del mundo que no se entiende desde la mónada ni desde el átomo sino desde la persecución, quiero decir desde la trucha. Lo dijo el mocetón de Andoain: "Quieren que seamos como truchas de piscifactoría". ¿Pero quién puede desear semejante cosa? Seguro que pensaba en los albanos del tío Sender.
Lo extraño es que Carod no haya echado su cuarto a espadas en esto de explicar el mundo. Y no podía tenerlo mejor con el eslabón perdido que encontraron en Cataluña. A lo mejor le están haciendo pruebas antes para garantizar que no hable en valenciano, porque supondría un revés. Cogen el fósil, lo hacen cantar y va y se suelta con una falla. Todo esto sin menoscabo de que cualquier precaución es poca en materia de homínidos, ¿o será de monos? Tengo para mí que el imponderable Madrazo, esa lumbrera que está pariendo una ley de la vivienda que está costando más que cavar una cueva en la roca y pintarla con pinturas rupestres pero de las de verdad, de las que tienen más miles de años que los que Ibarretxe prevé para esa otra sustancia que constituye el mundo y que es la vasca; decía que sospecho que el impagable (¿seguro?) de Madrazo es de los que les habla a las plantas, esa parte de la humanidad, por no decir del universo, que le es menos ajena. Lástima que los geranios no sean tan receptivos como él suponía. Lo ha dicho un experto en botánica: "Las plantas son muy interesantes, la gente piensa en ese libro horrible, La vida secreta de las plantas, que dice que reaccionan a la voz humana y a la música, pero no se trata de eso, ¡por qué a una planta le iba a importar una mierda Mozart!".
Después de chascos como ése, cualquier día de estos Madrazo va a caer en la cuenta de que Dios, o sea Ibarretxe, no existe. Pero ya se lo explicará Demócrito. O Egibar. Aunque los hay mejores. El zoólogo Buckland y su hijo Francis -también zoólogo- llegaron a la conclusión de que sería bueno para sus estudios comerse todo bicharraco que se cruzara en su camino. A tal fin, llegaron a un acuerdo con el zoológico de Londres para que les enviara trozos de los animales que muriesen en el recinto. "Cuando un amigo suyo, el arzobispo de York, le mostró una caja de rapé que contenía el corazón embalsamado de Luis XVI que el prelado había comprado en París en la época de la Revolución, William Buckland manifestó que nunca había comido el corazón de un rey y antes de que se lo pudieran impedir lo había cogido y se lo había tragado".
Lo cuenta Walter Gratzer en Eurekas y euforias. Desde luego había que ser más republicano que zoólogo para tomar el corazón de un rey por una muestra animal, pero corrían otros tiempos. Hoy los antimonárquicos se comen a los reyes crudos. Sólo que el universo no está hecho únicamente de sangre azul ni de Rh: hay mónadas, átomos y lados. Lo ha corroborado ese astrofísico llamado Arzalluz: "Lo que siento es que hoy al PSOE lo tengo del otro lado". Más vale que ahí está Otegi para añadir una sustancia más justa al universo: "Todos los partidos tendrían que hacer su Velódromo". Se refería a que el conflicto lo causan los demás.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.