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Taiwan se aferra a un débil equilibrio tras los comicios

"Cuando los gobernantes de Washington y Pekín conocieron el resultado de las elecciones, debió de haber brindis con champán en las dos ciudades. Seguramente ha sido para ellos mejor del que esperaban". Con estas palabras describía ayer Peter Ferdinand, director del Centro de Estudios para la Democratización de la Universidad de Warwick (Reino Unido), el efecto que la victoria de la oposición nacionalista en las elecciones legislativas del pasado sábado en Taiwan ha generado, en su opinión, en el mayor aliado y el peor enemigo de Taipei, respectivamente. Porque sin el control del Parlamento, el presidente taiwanés, Chen Shui-bian, tendrá dificultades para hacer pasar algunas reformas previstas, que, según China, van destinadas a lograr la independencia de la que considera una provincia rebelde.

La oposición, agrupada en torno al Kuomintang (KMT) de Lien Chan, logró 114 escaños sobre el total de 225, mientras que los independentistas, liderados por el Partido Democrático Progresista (PDP) de Chen Shui-bian, obtuvieron 101. La participación fue del 59%, frente al 66% en las legislativas de 2001 y el 80% en las presidenciales del pasado marzo. El resultado muestra, según dijo en una mesa redonda Chen Ming-tong, vicepresidente hasta hace unos meses del Consejo para los Asuntos de China Continental, que "los taiwaneses quieren reformas, pero basadas en la paz".

Estados Unidos y Pekín han criticado los recientes movimientos del líder del PDP, como, por ejemplo, su intención de sustituir la palabra China por Taiwan en las representaciones de la isla en el extranjero y en las empresas públicas. Pekín considera Taiwan una parte irrenunciable de su territorio y ha amenazado con un conflicto militar -tiene apuntando más de 600 misiles- si declara la independencia. Washington se ha declarado abiertamente en contra de cualquier modificación del statu quo.

Los electores han optado por una repartición del poder. En marzo, otorgaron la presidencia a los independentistas y ahora han preferido que los nacionalistas -más conciliadores con Pekín- conserven el control del Parlamento.

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