Una evacuación modélica
Los jugadores del Madrid y la Real abandonan el campo en cinco minutos, al mismo tiempo que los 70.000 espectadores
Parecía el desembarco de una patera pero no en una playa de Cádiz, sino en la calle Padre Damián de Madrid. Los hombres amenazados por la hipotermia eran los jugadores que ayer disputaron un partido en el Bernabéu. La Cruz Roja les repartió mantas. El árbitro Lizondo Cortés, tembloroso, sacando la cabeza entre los pliegues de tela roja, casi se cuadra cuando el presidente del Madrid, Florentino Pérez, le preguntó: "¿Y ahora qué hacemos con el partido?".
Hasta hacía un par de minutos, secundado por sus jueces de línea, bajo las luces intermitentes y azules de los coches policiales, Lizondo había hecho estiramientos ante una fila de jugadores de la Real sentados contra un seto. Tapados con mantas, Aramburu y Luis Alberto miraban con la misma incredulidad a los colegiados que a los aspavientos nerviosos de Nihat, que bromeaba de pie, vestido de corto y golpeando la acera con los tacos de sus botas. "¿Y ahora qué hacemos con el partido?", preguntaba también el turco.
"¿Y ahora qué hacemos con el partido?", le preguntaba al árbitro Florentino Pérez
La calzada de la calle del Padre Damián, frente a la salida de las cocheras del Bernabéu, se convirtió en el sitio de una romería de gente despavorida. La amenaza de bomba, anunciada por megafonía de forma tácita, dio con todo el mundo fuera: "Rogamos desalojen con tranquilidad el estadio". En pleno partido, la voz protocolaria tuvo efecto inmediato. El "rogamos" y el "desalojen" retumbaron en las cabezas de los hinchas. En cinco minutos los 70.000 espectadores se pusieron a salvo como expertos y las aceras de la puerta 50 se convirtieron en un hervidero de jugadores, novias, esposas, masajistas, directivos, policías y personal de la Cruz Roja. Los futbolistas habían interrumpido el partido para salir corriendo por la puerta más a mano. Estaban desconcertados, sudados, vestidos con unos pantalones cortos que ya no venían al caso. "Hay que separar el fútbol de todo lo demás", decía Guti.
"Hemos pasado un susto de muerte", dijo Helguera; "esto no tiene sentido". A unos metros del cántabro, de pie y vestido de corto, con el sudor húmedo del partido reciente, Roberto Carlos parecía inmune a la baja temperatura. "Cuando el árbitro ordenó dejar el campo, nunca imaginé que fuera por una amenaza de bomba; creí que habían matado a alguien importante", dijo.
El director de comunicaciones del Real Madrid, Antonio García Ferreras, explicaba la situación: "Ha sido una amenaza recibida en el diario Gara y el director general de la Policía, Víctor García Hidalgo, ha considerado que había que tenerla en cuenta. Otros cargos del Ministerio del Interior, que estaban en el palco, también han recomendado evacuar".
El Ministerio del Interior, en una nota explicativa, argumentó cuatro razones para la evacuación. Primero, "la verosimilitud del aviso que alertaba de la colocación de un explosivo". Segundo, porque "lo prioritario era garantizar la seguridad de todas las personas en el recinto".
En la directiva del Madrid, que ayer andaba desperdigada por la calle, el sentimiento más patente era el de la frustración. Florentino Pérez no podía quitarse de la cabeza que la idea de abandonar el estadio significaba un hito demasiado siniestro. "Esto sienta un mal precedente", decía, como si estuviera deseando regresar a su sillón del palco. Pérez también reflexionó sobre la impropiedad de celebrar el partido contra la pobreza que organiza la ONU junto a Ronaldo y Zidane, previsto para mañana, en el Bernabéu.
Alrededor del máximo mandatario madridista, expectantes, los jugadores hacían sonar los tacos de sus botas en el asfalto.Raúl hablaba por teléfono con su familia respaldado contra un muro; Casillas no se quitaba los guantes; Figo aferrado a otro móvil, se comunicaba con los suyos; Solari, Chendo y César conversaban con Fernando Redondo -el ex capitán madridista, presente ayer en las gradas, se dejó caer entre sus ex compañeros- junto a una furgoneta de la Policía Nacional. Un fisioterapeuta del Madrid intentaba relajarse y relajar a su prójimo con guasa: "Para el petardo de partido que estábamos viendo, este otro petardo se queda corto".
Como en pleno cócktel, una vieja estrella del fútbol inglés se abrazaba a Beckham y hacía collejas a Owen. El hombre, de un delgado irreconocible, bronceado caribe, era Paul Gascoigne.
En este clima de confusión, la pregunta de Florentino Pérez parecía la de todos. "¿Y ahora qué hacemos?" inquirió. Rodeado de sus asistentes, Lizondo Cortés seguía siendo una autoridad con mando en plaza. "Hay que jugar los siete minutos que quedan", dijo; "y para eso hay que hablar con los técnicos. Yo no recomiendo volver ahora al estadio, sino jugarlo mañana [por hoy], aprovechando que la Real Sociedad está en Madrid".
Cuando la policía lo autorizó, los futbolistas del Madrid bajaron al aparcamiento en busca de sus coches y los de la Real se subieron a su autobús para irse a Donosti sin más rémora. Así, cada uno partió para su casa como salió a jugar el partido: con el uniforme reglamentario y sin pasar por la ducha.
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