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'Blaverismo'

He de decir, sin ánimo de molestar a nadie, que el presumible vínculo univitelino entre lo que aquí suele llamarse valenciano y más al norte se llama catalán, no me produce insomnio (los niños hambrientos, sí). Hablo castellano con unos, valenciano con otros y con unos terceros ambos idiomas, en transición espontánea provocada por algún detalle mínimo.

Nunca escribí sobre la agria disputa (valenciano-catalán) en su dimensión lingüística y filológica, pues importantes como son estas asignaturas, no sé apenas nada de ellas aparte de lo dicho, que son importantes. Ya Platón dijo algo sobre la carga emocional de las palabras, o sea, sobre la historia. Platón era un furtivo nacionalista griego. Furtivos y evasivos, unos más, otros menos, todos los griegos fueron nacionalistas, de ahí lo bien que les fue en sabiduría y lo mal que les fue en política.

Si el diccionario de la RAE afirma que valenciano y catalán son una y la misma lengua, pues ya está. Lo dicen también universidades extranjeras consultadas y tal vez no sería mala idea imprimir y divulgar el listado de las mismas, con lo que tal vez acallaríamos voces disidentes, aunque me temo que los sentimientos seguirían vivos. Fastidian las repercusiones políticas de este nada glorioso encono, que no se sustentan únicamente sobre dictámenes académicos, como ha descubierto González Pons. En desacuerdo como suelo estar con este hombre, nobleza obliga: ha dicho él que el criterio científico no debe prevalecer siempre. Le ha dado así una baza al blaverismo y sería frívolo afirmar que es irrisoria. Sobre eso escribí hace años y ha escrito mucha gente más autorizada que yo.

Viviendo yo en Estados Unidos, hizo furor un libro según el cual, los negros son una raza inferior. (Hoy sabemos que las razas no existen y que las diferencias observables no tienen nada que ver con el mapa genético sino con actos más bien anecdóticos, como el clima). Descargó una tormenta sobre los autores del libro y algún académico insinuó que, aun en el caso de que tuvieran razón, la divulgación de tal verdad era improcedente. En evitación de males mayores -las élites negras estaban enfurecidas- el Gobierno mandó suprimir el libro. De cuyo título y autores no me acuerdo, ni me place acordarme.

Los Ilustrados hablaron mucho de Verdad y Felicidad. Alguien dijo que prefería la felicidad del asno, pero eso es tontería porque el asno no se sabe a sí mismo. No hay asnos felices, ni siquiera entre la fauna humana. No realmente. Pero añadamos un par de ejemplos al ya dado. La bomba atómica es verdad más que demostrada. Una verdad que ha restado, no añadido, felicidad. Verdad es también la clonación terapéutica, y aquí la verdad coincide con un aumento de la felicidad. Uno recela de las cuestiones de principio y de toda beatería, la de la ciencia incluida. Por eso entiendo a los blaveros aunque no comparta sus tesis. Máxime cuando nadie tiene nunca toda la razón, aserto que, sin embargo, no me precipita en brazos del relativismo. Ni tanto ni tan calvo.

El "buen blavero" (el cinismo está por doquier) siente su causa con una profundidad conmovedora: su historia, con su pléyade de genio que ni la Atenas de Pericles, su leyenda (que para él no es tal), el edén de su clima y de su tierra (no hay en el mundo plato más sabroso que la paella), y por supuesto su lengua, que comparte con el castellano, en parte por historia y en parte, tal vez, porque está más lejos del catalán. Un mecanismo de defensa inspirado tanto por el temor absurdo a una invasión catalana, como por el deseo de diferenciación. Nadie quiere compartir su orgullo de ser un caso aparte y eso explica, parcialmente, que la Grecia antigua rechazara la unidad política y sólo acudiera al llamado de una amenaza externa.

Verdad o felicidad. Entre los pocos y/o mal escolarizados, que son mayoría absolutísima, mandan las buenas digestiones. Preciso es reconocer que entre nosotros, a partir del Estado autonómico, una minoría catalanista mesiánica ha amargado infinitas comidas. Me cuenta un profesor de instituto que su colega, el de catalán, dice nois y no chiquets, por cierto, uno de los vocablos más dulces y tiernos que quepa haber. En un bar de mi barrio, de clientela mixta, todavía hay coña sarcástica cuando el comentarista de un partido de fútbol dice desenvolupament. Todo idioma tiene sus variantes regionales, eso se lo imaginan hasta quienes no lo saben. Yo no soy purista y acepto chip incluso en el caso de que significara "circuitos integrados". En el lenguaje de la tecnología, acaso el camino más corto sea el mejor; y el idioma inglés se pinta solo para abreviar. Pero no sé a qué vienen locuciones innecesarias, y menos lo sé cuando son variantes de una lengua que la mayor parte del pueblo llano no acepta como propia.

Pero hete aquí que al Partido Popular le sale la Virgen (el Paraíso es indescifrable) con el asunto de la lengua, allá en Bruselas. Naturalmente, ni Camps ni Pons creen que el reconocimiento del valenciano como lengua oficial de la UE vaya a dotarnos de riqueza, poder y prestigio. La presencia allí del valenciano, catalán, valenciano-catalán o catalán-valenciano, será puramente testimonial. El mismo castellano, con sus cientos de millones de hablantes, es un idioma secundario en la UE. (Primero el inglés, como es inexorable; sigue el alemán, porque Alemania es la mayor potencia económica de Europa, mientras el francés pugna por compartir mimbres, pues aparte otros, todos somos más que algo franceses).

Pero Camps y Pons piensan en términos de política casera y doméstica. El discurso funesto del populista Carod, y sobre todo del lírico y futurista de Maragall, remueve el acientífico corazón blavero (sentimientos-razón, verdad-felicidad). Cestas repletas de votos, si bien el camino es largo y mi vista corta. De Camps y Pons es el poder mediático y la retórica inflamada, mientras Zapatero permite hablar a todos en sus televisiones.

Sigan así, a vueltas con las esencias nórdicas peninsulares y volverán las oscuras golondrinas; pero éstas, con los nombres bien aprendidos.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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