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Análisis:'NUESTRA MEJOR CANCIÓN' | TVE-1
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Nostalgia por un tubo

Nuestra mejor canción es una gran superficie audiovisual con un único producto: la nostalgia. Desde la aparición inicial y solemne de su ideólogo, Jesús Hermida, hasta los documentos rescatados, todo activa los mecanismos primarios de la memoria de quienes todavía recuerdan algo. Esta vez la nostalgia no está al servicio de una interpretación tendenciosa de la transición sino que, usando estrategias mercadotécnicas, recurre a la música como elemento de hipnosis. Cincuenta canciones para 50 años configuran la materia prima de un formato con muchos antecedentes, casi nunca penales. Lejos de ser un lastre, la familiaridad con el género ayuda, ya que no tenemos que esforzarnos para entender lo que aparece en pantalla. Sinopsis: una gala en un escenario colorista, realización convencional pero no casposa, una presentadora protagonista, Concha García Campoy, y otra secundaria, Patricia Conde, tres turnos de parejas de invitados y la inevitable traca de teléfonos para votar. Como aliño, la presencia plural de músicos, políticos, actores, escritores y periodistas opinando sobre una canción e incluso tarareándola.

Cincuenta años dan para mucho, y se pasa de La chica yeyé al Aserejé, de La puerta de Alcalá al Porompompero, de Eres tú al Volando voy, y de La bamba (guiño hispano) a Al vent, Paraules d'amor o Un canto a Galicia (guiños autonómicos). Curiosamente, no suena uno de los grandes éxitos de nuestro pasado: Cara al sol. No hay salidas de tono ni alardes tecnológicos, y sí la habitual retórica que proclama que esas canciones forman parte, ay, de la banda sonora de nuestra vida (como ya ocurría en el programa Vivo cantando, de estructura muy similar aunque con formas más kitsch). Predominan las aterciopeladas tablas de García Campoy, y el papel de ayudante con desparpajo se lo reserva Patricia Conde, que cada día nos recuerda la mecánica de este concurso demoscópico. Las entrevistas son cordiales, relajadas (Emilio Aragón, José María Íñigo, Roberto Álvarez, Deborah Ombres) y suavizan la reiteración en esta interminable retención de títulos, al igual que las versiones interpretadas en el plató (Antonio Orozco, Alaska, Valderrama), cromos actualizados del pasado. El invento funciona por su falta de pretensiones. En las imágenes, los que ahora son viejos parecen niños y los que son maduros parecen prodigiosamente delgados. Conclusión: la nostalgia engorda y envejece. Y no es sólo nostalgia por las canciones o la juventud perdida sino por un tiempo en el que se vendían millones de copias de un éxito. Internet acabó con eso. Y este digno, blando, dulzón, familiar y reiterativo ritual también puede entenderse como un intento de exorcizar los demonios cibernéticos para recuperar el esplendor de la industria del disco.

$*$CFI$* ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

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