¿Una legislatura perdida?
Bronca tras bronca, la política española parece caminar hacia un inexorable destino. Ahora mismo parece posible e incluso probable una legislatura perdida para los propósitos más decisivos. Tras cuatro años abundantes en escaramuzas se puede llegar a una nueva convocatoria electoral en la que el PP pierda por más y esté aún más lejos de poder pactar con otro grupo que en la actualidad. Se reproducirá, así, lo que dijo Abril en el momento de debatir acerca de la cuestión vasca y el texto constitucional: "Un problema que ha pasado cien años sin solución a lo mejor es que no la tiene". Tras esos cuatro años habrá que retejer todo lo que ha quedado aplazado por la gresca.
Si examinamos los motivos que la han propiciado confirmaremos que nadie está por completo exento de culpa. La intervención de Moratinos, aun justificada por los hechos, no fue sólo un error formal, sino una ruptura con una práctica habitual desde el comienzo de la democracia. Nunca se ha revelado información oficial contra el adversario político. Existe un plazo de 25 años que lo veda; fue establecido en tiempos del ex ministro Morán. El PP ha actuado, una vez más, de forma desmesurada y, además, dando todas las facilidades al adversario. El resultado final es una herida sin cerrar que se suma a las anteriores en espera de las que están por venir.
La modificación del sistema de nombramientos judiciales es apropiada y da más garantías de imparcialidad. El PP perdió hasta la sombra de la respetabilidad cuando su mayoría en el Consejo del Poder Judicial utilizó a su presidente y a su portavoz de un modo sesgado, defendiendo tesis gubernamentales acerca de lo que tenía que hacer el Parlamento vasco con el grupo de Batasuna. Ahora bien, contraponer a esta decisión otra con mayoría suficiente, pero en lectura única, sin paso por comisión y evitando toda deliberación, no resulta nada ejemplar. Todo resulta especialmente detestable cuando es uno mismo el culpable de haber tenido que retorcer el procedimiento.
Sobre la oposición reside gran parte de la culpa de la situación en que nos encontramos. John Stuart Mill aseguró que los conservadores eran "partidos estúpidos" por su devoción a la tradición y aversión a innovar. No tiene siempre por qué ser así: un partido conservador puede ejercer una constructiva actitud de resistencia al cambio. Quizá merezca la pena intentar otra cita. Abba Ebban, ministro de Asuntos Exteriores israelí, aseguraba que los palestinos habitualmente no pierden una oportunidad de perder una oportunidad. Cada vez más adicto a la gresca, el PP parece incapaz de evitar su reproducción con motivo aparente o sin él. Ya ha pasado el tiempo de dudas: está entregado por completo y de modo irremediable a la franja lunática de la derecha. Y eso concluye en el desmelenamiento imaginativo y las demandas inconcebibles. En Estados Unidos se afirma que la combinación de ambas ha llevado a la derecha defensora de la venta de armas automáticas en los almacenes a justificarse afirmando que en algún bosque puede haber ciervos dotados de chaquetas antibalas. En ésas está el PP.
Pero nadie puede exculpar al PSOE. No se pueden perpetrar los mismos necios errores a los tres meses de llegar al poder que a los nueve, sobre todo cuando son evitables, gratuitos y no tienen otro resultado que alimentar la gresca. Mario Cuomo, que fue gobernador de Nueva York, decía que durante la campaña se hace poesía, pero para el gobierno se emplea la prosa. Habrá de atribuirse al señor Rodríguez Zapatero una, al menos, modesta capacidad lírica en el pasado, pero a muchos de sus ministros les corresponde una deficiente utilización de esa prosa en que se redactan las decisiones administrativas. Bill Clinton designa en sus memorias como "pegatinas" a los políticos, como él, capaces de tenacidad y perseverancia. El presidente del Gobierno español pertenece a este grupo, pero el deterioro de los suyos le hará perder adherencia. Una situación como la presente da sensación de irresponsabilidad y de ligereza generalizadas. No favorece a nadie y, de mantenerse, nos hará un mal irremediable a todos.
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