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Reportaje:Copa Davis 2004 | España levanta su segunda ensaladera

Carlos Moyà, todo un líder

El balear cuaja un excelente partido frente a Andy Roddick y consigue el punto que derrota a Estados Unidos

La euforia lo desbordó todo. Era el día de Carlos Moyà y él lo sabía. Pero también era el día del tenis español y así lo entendieron los 27.000 espectadores que llenaron la pista central del estadio de La Cartuja, de Sevilla. Cuando el balear se dejó caer en el suelo tras haber logrado el punto decisivo frente a un Andy Roddick desdibujado y que no encontró armas para replicarle, el principe Felipe dio un salto en el palco de autoridades y su esposa, doña Letizia, comenzó a aplaudir rabiosamente. Era uno de los momentos culminantes del deporte español, un día grande, de ésos que nunca se olvidan. Una jornada que sumar a la que se vivió en el Palau Sant Jordi, de Barcelona, en 2000. España acababa de lograr su segunda Copa Davis, su segunda Ensaladera, al dominar por 3-1 a Estados Unidos.

Roddick fue incapaz de reconocer a quien había perdido contra él todas las veces
Nada le parecía suficiente a Moyà. Siempre buscaba una nueva genialidad para descomponer a su rival
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"Es el día más grande de mi vida", dijo un Moyà emocionado y con la voz todavía un poco temblorosa. "Ganar la Copa Davis era mi sueño y me había preparado mucho para alcanzarlo", agregó. "Todo ha sido impresionante", explotó Jordi Arrese, el miembro del G-3, el grupo de tres capitanes, que se había sentado en la silla a pie de pista. "Sabíamos que debíamos ganar este partido porque era una oportunidad de oro para Charly. Y no nos ha fallado. Estuvo siempre muy concentrado, asumiendo su papel de líder. Había perdido tres veces contra Roddick, pero esta vez sabía que le ganaría. ¡Ahora, con esta segunda Davis, todo se nos queda pequeño!", concluyó con una gran sonrisa en los labios.

La verdad es que Moyà lo bordó. Realizó un partido impresionante, buscando los ángulos con sus derechazos, amagando sus golpes de dejada, cambiando la dirección en el último momento, pasando a su adversario la mayor parte de las veces que subió a la red, restándole con una solvencia increíble y, sobre todo, demostrándole que puede ser tan buen sacador como él.

Nada le parecía suficiente al mallorquín. Siempre buscaba una nueva genialidad para descomponer al norteamericano. Y cada vez encontraba un nuevo recurso: ahora, un globo y después una dejada; luego, un drive cruzado y desbordante sobre la línea; más adelante, tres tantos directos de saque consecutivos, y, cuando ya todo parecía agotado, un botepronto inalcanzable.

Roddick se desesperaba. No entendía nada. No comprendía que Moyà no estaba disputando sólo un partido, sino que estaba buscando el título que coronara su brillante carrera profesional. Él viajó a España pensando que iba a disputar sólo dos encuentros y creía que en el terreno puramente tenístico tenía su oportunidad. Le avalaban los números. Había ganado a Rafael Nadal una vez y a Moyà tres. Pero el primer día chocó contra un ciclón manacorí y ayer fue incapaz de reconocer a Moyà. No era el que había perdido ante él todas las veces. A pesar de sus 28 años, Moyà parecía otro tenista, mucho más radical, mucho más completo, capaz de sacar buenos passings incluso con su revés, el golpe que más problemas le crea.

Fue excesivo para Roddick. Se encontró con dos roturas de su servicio y una primera manga en contra en tan sólo 36 minutos. Y después tuvo que forzar mucho su máquina para alcanzar la muerte súbita en la segunda. En ella pareció respirar. Pero Moyà le cortó la respiración cuando le concedió sólo un punto y le superó por un contundente 7-1 merced a un globo increíble propio y a una doble falta y varios errores ajenos. Así tuvo que entrar Roddick en el tercer set, el último: intentando aguantar el tirón del español y comenzando a pensar que su misión, que la remontada, era casi imposible.

Con 3-2 en el marcador, Josep Perlas, otro componente del G-3, fue a buscar a Nadal al vestuario para que se sumara a la fiesta. Aquello parecía imparable. El huracán de Moyà siguió funcionando a pesar de una interrupción, con 4-4, provocada por un intruso, el tristemente famoso por sus irrupciones de este tipo Jimmy Jump, que colocó una barretina a Moyà y asustó a Roddick al pasar por su lado.

Sólo unos instantes después llegó la primera bola de partido, de Davis. El tanteador señalaba entonces un 5-4 y un 30-40 de Moyà sobre el saque de Roddick. Había tensión, mucha tensión, y silencio, mucho silencio, en las gradas. Moyà se contenía los nervios como podía. Pero entonces surgió Roddick en su verdadera dimensión, la del jugador número dos del mundo y la del campeón del Open de Estados Unidos. Y, a pesar de la tierra batida y de las 26.000 voces que le presionaban constantemente, sacó dos aces consecutivos a 216 y a 223 kilómetros por hora y salvó momentáneamente la situación.

Hubo que volver a empezar. Pero Moyà estaba ya lanzado hacia la victoria. Ganó su servicio con comodidad y el público comenzó a corear ¡oé, oé, oé! El bullicio era enorme. La presión, total para Roddick, que, eso sí, no se dejó perturbar y forzó un nuevo desempate. Sin embargo, el desenlace parecía cantado. Con 5-3, Moyà iba lanzado y cuando conectó un saque a 224 kilómetros por hora todo pareció concluir. Faltaba un punto y Roddick, ya hundido, sin creer en sí mismo, consciente de que su esfuerzo estaba siendo estéril, lo concedió con un revés sin fe que se le incrustó en la red.

Moyà se dejó caer entonces al suelo y todo el equipo español se fundió en un gran abrazo del que nadie quería desprenderse. La cancha central era una fiesta española. "He vivido unos días increíbles en los que han pasado cosas tremendas", comentó Juan Carlos Ferrero tras su gran disgusto inicial por verse fuera de los partidos individuales; "era la Davis de Moyà y se la ha ganado. Ha ganado el punto decisivo y eso es lo que queda en la retina de todos. Ha estado increíble. Lo hizo muy bien. Y yo me voy de aquí finalmente con la satisfacción de haber jugado tres finales y de haber ganado dos". La euforia, sí, lo desbordó todo.

Carlos Moyà se deja caer hacia atrás, feliz, tras estrellar Andy Roddick la última pelota contra la red.
Carlos Moyà se deja caer hacia atrás, feliz, tras estrellar Andy Roddick la última pelota contra la red.PÉREZ CABO

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