Una herramienta llamada acoso
El PSOE ordena a sus concejales que extremen la seguridad ante los nuevos ataques de ETA y su entorno
Hay algo que no cuadra. O que tal vez cuadra demasiado. El 14 de noviembre pasado, el portavoz de Batasuna, Arnaldo Otegi, dijo en San Sebastián: "Hay que sacar el conflicto de la calle". Justo una semana después, el concejal socialista de Eibar (Guipúzcoa) José Luis Vallés, a quien ETA ya estuvo a punto de asesinar en octubre de 2001, encontró una bomba adosada a los bajos de su coche. Era un artefacto de mentira, sin carga explosiva, pero con un mensaje muy nítido: "Te seguimos vigilando. Sabemos de ti, de tus movimientos. Hoy te hemos perdonado la vida, pero la próxima vez...".
Unos días después, el 24 de noviembre, el presidente del Gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, acudió a Madrid y proclamó solemnemente: "Euskadi está viviendo una etapa pos-ETA que no tiene vuelta atrás". Apenas unas horas más tarde, cinco casas del pueblo fueron atacadas en Vizcaya con cócteles incendiarios y botes llenos de pólvora prensada, al tiempo que los escoltas de Juan José Lizarbe, ex secretario general de los socialistas de Navarra, encontraban una bomba simulada bajo el coche del político.
"No sé si Batasuna quiere presionar atentando contra nosotros", dice un cargo socialista
"Hace sólo unas horas que sonó el teléfono", dice Alberto Gil Jiménez, teniente de alcalde socialista en el Ayuntamiento de Trapagaran (Vizcaya), "y resulta que era Melchor Gil [secretario de Organización del PSE en Vizcaya]. Me dio un toque muy serio, un tirón de orejas. Me dijo que teníamos que estar muy alerta, que en los últimos meses casi todos los concejales socialistas habíamos estado muy relajados y que el tiempo de la tranquilidad se acabó. Que el entorno de Batasuna está muy revuelto y que puede suceder cualquier cosa. También me dijo que no podemos permitir que nuestros escoltas se relajen".
A Alberto Gil se le cayó el alma a los pies. El aviso que acababa de recibir no se correspondía en absoluto con el ambiente de vísperas de paz que se respira en la calle o con los mensajes tranquilizadores que vienen difundiendo los líderes nacionalistas. "Yo no sé", admite el concejal socialista, "si Batasuna quiere presionar al Gobierno o meterle un órdago al PSOE atentando contra nosotros, pero entretanto lo sabemos o no, quiero ver mi vida protegida. La mía, la de mi mujer y la de mi hijo de 10 años. Me da miedo de que se monten en mi coche. Tenemos la sensación de que somos mercancía barata. Si están intentando jugar a la alta política con nuestras vidas, que nos lo digan".
Es aquí precisamente, en el Valle de Trápaga o en los pequeños pueblos de Guipúzcoa, donde la alta política queda muy lejos y el peligro demasiado cerca. Lo peor del asunto es que los análisis que hacen de la situación algunos expertos en la lucha antiterrorista no son, en ningún caso, nada halagüeños. "No sería la primera vez que el entorno de ETA", coinciden diversas fuentes, "utiliza el acoso como herramienta de presión para forzar que sean atendidas sus demandas".
Hay un precedente muy claro. En los dos años anteriores al Pacto de Lizarra, el 50% de los ataques contra partidos lo fueron contra sedes, militantes y bienes del PNV. Entre 1993 y 1997, ETA asesinó a dos destacados nacionalistas que eran a su vez miembros de la Ertzaintza (Goikoetxea y Doral) y se produjeron 383 ataques de violencia callejera contra agentes de la policía autonómica. Hasta existe un documento de ETA en el que se explica esa campaña de acoso: "La izquierda abertzale ha logrado remover la posición del PNV tanto mediante la incidencia política de ETA, llevando a cabo acciones muy selectivas contra la Ertzaintza, como gracias a la presión de la kale borroka". ¿Es eso lo que está sucediendo ahora?
"Es absurdo pensar que a estas alturas, después de tantos asesinatos sufridos, el PSOE se pueda doblegar". Lo dice Melchor Gil, quien, además de secretario de Organización del PSE en Vizcaya, es el responsable de la seguridad de los cargos electos. "Hay demasiadas personas", añade, "que se consideran analistas de ese mundo, pero es un mundo muy difícil de interpretar. Es un mundo de locos. Es más fácil analizar lo que sucede en el entorno de ETA desde la psiquiatría que desde la política".
Aun así, Melchor Gil no descarta la posibilidad de que los últimos atentados contra personas o sedes socialistas busquen cortocircuitar el posible diálogo entre Batasuna y el Gobierno: "Tenemos la sensación de que alguien quiere darle una patada al señor Otegi en el culo de los socialistas". En cualquier caso, según Gil, quien se sigue aprovechando de la situación es el PNV: "Aquí no existe el juego limpio. Se está jugando un partido desigual. A un lado estamos nosotros. Mientras intentamos jugar, ETA nos dispara desde la grada, nos acribilla, vamos cayendo. Pero el equipo que tenemos enfrente, el PNV, lejos de tirar el balón fuera, sigue jugando, aprovechándose de nuestra debilidad y de los disparos de los otros".
La televisión está encendida en la sede socialista de Trapagaran. Dos concejales observan la confusión creada en Madrid el viernes por las bombas de ETA. Uno de ellos, Alberto Gil, da la sensación de no poder más. Habla sin tapujos, incluso de cosas que no se suelen comentar. Se siente como un muñeco de tiro al blanco en una feria que dura ya demasiados años. Mientras habla, su compañero asiente. Hilan unas penas con otras: "El Gobierno vasco nos está diciendo que esto se acaba y quiere ahorrar en el dinero que dedica a nuestra protección. Ya no contratan a los mejores escoltas, contratan a los más baratos. Dicen que esto se acaba, pero yo tengo un hijo de 10 años que me dice: papá, bájate conmigo al parque. Y yo le digo, no puedo hijo, no puedo. No es lo mismo mi vida que la de los dirigentes del partido. A mí me gustaría que mi compañero secretario general
viniera a hablar con nosotros. Que no sólo hable con los dirigentes, que tienen una protección de puta madre, los mejores coches, los mejores escoltas y una casa en Santander para poder escaparse los fines de semana. Yo no tengo casa en Santander, ni en Burgos, ni en Logroño. Yo soy un currela y este compañero que está enfrente, también. Tengo una compañera que vende billetes de autobús dentro de una cabina con dos guardaespaldas al lado. A nuestro alcalde le quemaron la casa hace dos años, y todavía no ha cobrado el seguro. El coche bomba que pusieron en Portugalete
[y que hirió gravemente a Esther Cabezudo] estuvo por todo el valle intentando cazarnos a nosotros. Y aquí detuvieron a uno [Óscar Calabozo, recientemente condenado] que nos tenía controlados a todos y que, antes de que lo cogieran, consiguió pasar toda la información a Francia. Pues bien: alguien
de la Audiencia Nacional se fue de la lengua y mi padre se enteró de eso antes que yo. Es así, como se lo digo: mi padre se enteró en Ávila leyendo el periódico de que a su hijo estuvieron a punto de matarlo".
Y Alberto sigue mirando de reojo la televisión. No se fía ni de Otegi ni de los sesudos analistas. Sólo sabe que "el conflicto" sigue en la calle. En su calle.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.