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Crítica:CRÍTICA | Teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una tempestad moderada

Más que un testamento, La tempestad de Shakespeare es un paseo, una revisitación por los temas más queridos de sus obras anteriores. Si Macbeth inquieta y El Rey Lear emociona hasta límites intolerables, esta obra conmueve como un triste y solitario final donde los recursos mágicos y los recordatorios de falsa nostalgia intentan recuperar un origen imposible donde el autor rememora la maraña -infernal una veces, jocosa en otras- de los personajes y situaciones deudores para siempre de su enorme, y certera, capacidad fabuladora.

Hay que decir que poco de esa capacidad se conserva en este montaje, que diluye la relación entre Ariel y Próspero hasta límites apenas comprensibles, más allá de los momentos de la puesta en escena en que coinciden, y que el eje transversal entre fantasía y realidad que constituye el esqueleto mismo de la obra también queda diluido, además de que no siempre llegan al espectador con toda la claridad deseable los parlamentos de los personajes.

La Tempestad

De William Shakespeare, en versión de Helena Pimenta, por Ur Teatro. Intérpretes, Álex Angulo, Ramón Barea, Jorge Basanta, Jesús Berenguer, Jacobo Dicenta, Vicente Díez, Mikel Losada, Concha Milla, José Tomé, Fernando Ústarroz, Pepe Viyuela. Iluminación, Miguel Ángel Camacho. Vestuario y escenografía, José Tomé. Espacio sonoro, Eduardo Vasco. Dirección, Helena Pimenta. Una producción de Ur Teatro, con diversas colaboraciones. Teatro Principal. Valencia.

A eso se añade la presencia escénica -de mucho peso- de los actores encargados de la transición de las escenas, disfrazados con vestimenta anticontaminante, como si la isla de Próspero estuviera en peligro todavía de alguna afección próxima a la del chapapote. Esa clase de actualizaciones están de más en un texto que se vale por sí mismo para manifestar sus poderes.

Helena Pimenta ha optado por hacer evidentes los suyos, y a veces acaso se equivoca. Oscila entre el teatro de actores y el de situaciones, de manera que a veces deja volar lo que queda del texto en su versión y en otras introduce elementos foráneos que más bien despistan que enriquecen. Todo ello en una escenografía de cinemascope, con el rectángulo blanco en el fondo como horizonte vital y la blancura del suelo escénico que pisan los actores, sin que el recurso ayude en nada a la presumible intención cinematográfica del asunto. O se dice el texto o se lo representa. Lo peor es quedarse, como aquí, a medio camino. Con un Próspero, bien hecho por Ramón Barea, que a veces parece el Lear más embroncado. En fin, eso. Confusión sobre un texto limpio.

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