El Zaragoza emerge bajo la lluvia

Generelo empalmó un balón desde fuera del área y limpió las telarañas de la escuadra que defendía el meta del Dnipro. Los aficionados, al unísono, se llevaron los brazos a la cabeza y exclamaron un ¡oh! ensordecedor. El tanto de Generelo, el de la victoria, le sirvió al Zaragoza para aplacar los síntomas gripales que arrastraba durante todo el mes de noviembre, donde no conoció el triunfo. Así, además, el cuadro maño dio un paso de gigante en su lucha por clasificarse para la siguiente ronda de la UEFA.

El Zaragoza, una vez recuperado del susto inicial, se adueñó del rival y del campo, protagonista involuntario de la noche. La lluvia arreció sin cesar y trastocó sus planes. El césped, en su práctica totalidad encharcado, obligaba a desechar el fútbol dinámico, rápido, de toque, de conducción. El Dnipro también vio mermada su mejor arma: el contragolpe. Pero trató de suplantar el percance con coraje, garra y apretando los dientes. Pero no fue suficiente, porque el Zaragoza, a pesar de que en dos ocasiones el larguero repelió sus disparos, con picardía -como achicar durante el descanso el campo donde iban a atacar- e inteligencia, acabó por derrocar la defensa ucrania. Era un encuentro de desgaste físico, para luchadores, para los que no se arrugan a la hora de ir al choque. Pero también para los inteligentes y los técnicos; cuanta más precisión en el pase, más probabilidad de éxito tenía el balón de llegar a su destinatario. Movilla, en una simbiosis de las cualidades que requería el partido, fue el encargado de mover la batuta aragonesa, el director de orquesta, pero también de cortar toda pelota que se ahogaba por la medular de la Romareda. Hasta que le sustituyó Víctor Muñoz.

Las jugadas a balón parado, así, se convirtieron en el arma más peligrosa. De esta forma llegaron los primeros tantos. Yezerskyy, listo y ayudado por la falta de intensidad en el marcaje de la zaga maña, esperó, en el interior del área chica, el balón templado que le botó su compañero en el lanzamiento de falta. Picó el balón buscando el contrapié de Luis García y adelantó a los suyos. Savio, no obstante y en otra falta, aplicó a la perfección el manual de las faltas en terreno mojado. Colocó el balón, miró a la barrera, al portero, y dio tres pasos para lanzar con picardía. El esférico botó escasos metros antes de la línea de cal que precede la meta y, tras botar y besar el palo, se alojó en las mallas.

En la noche en la que se volvió a lesionar Villa, de las cucharas, de las picadas de balón, de los resbalones, de las entradas, patadas y agarrones, el Zaragoza supo adaptarse mejor que su rival y llevarse el botín. Los gladiadores ucranios y los charcos, así, no aguaron la fiesta maña, la de Generelo.