Deslealtades
Desde la izquierda visto, el ex presidente de la Generalitat y hoy ministro portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, es un pim-pam-pum en el que todo golpe tiene su acomodo. Nada más agradecido en los círculos de la oposición y no pocos del PP indígena que endosarle una maldad, que por lo general suele ser una corruptela o corrupción enorme sin el menor indicio verosímil. No digo yo que algún día no le afloren los pecados o delitos y se confirmen las perversiones que sibilinamente se le endosan ahora, pero ni siquiera en ese momento se justificaría la condena biliosa, cuitada y mediática con que anticipada y frívolamente se le abruma mediante insinuaciones y sobreentendidos.
Y dicho esto he de añadir que su tránsito por esta autonomía siempre me pareció objetable por no pocos motivos. El primero de ellos, que nos tomase como trampolín para alcanzar personalmente más altas cotas de gobierno y de supuesto poder en el Estado; la segunda, por su misma política de engendros temáticos, corolario de la pirotecnia y de Cecil B. De Mille; y, después, por el endeudamiento público que nos ha legado sin que el País Valenciano haya mejorado su posición en la clasificación de las nacionalidades y regiones, no obstante la retórica triunfalista que viene aderezando el discurso de los gobernantes.
Podría ampliar el memorial de discrepancias, pero habría de admitir que muchas o todas las iniciativas citadas figuran de manera expresa o implícita en los programas que le otorgaron reiteradamente la presidencia de la Generalitat, desde la que repartió mercedes entre quienes, unánimemente, se hacían lenguas de su líder, por imaginativo, carismático e indiscutible. Son los mismos, en buena parte, que hoy, si no le combaten sin remilgos, tratan de borrar discretamente su memoria y apuntarse a caballo ganador, el cooptado presidente Francisco Camps. No es una deslealtad escandalosa, por rutinaria en la práctica partidaria, pero tampoco hay que juzgarla banal. En realidad, da asco.
Claro que en este cortejo de desleales hay que incluir también a las llamadas fuerzas vivas sociales, las corporaciones empresariales -todas- y algunas profesionales, además de las eclesiásticas y asimiladas. En un alarde de inconsistencia cívica o autonómica se abrieron de piernas y brazos ante el político novel que venía del sur como un turbión imparable. Obviemos recordar cómo sacrificaron a su propio candidato a favor del recién llegado, lo que aconteció en horas 24. Pero, en todo caso, legitimaron a su nuevo dirigente, que, hábil y agradecido, les regaló dos legislaturas y una tercera por inercia. Por cierto que ya empiezan a preguntarse si, huérfanos de Zaplana, quedará fuelle para una cuarta.
Y conste que el universo conservador valenciano tiene todo el derecho del mundo a sentirse una piña con su actual presidente, y tampoco es reprobable que éste renueve el partido, aderezándolo a su modo. Lo penoso y a ratos extravagante es el circo que montan para borrar la larga sombra del ministro, limpio de polvo y paja por el instante, lo que le habilita para regresar y repetir la jugada. Una expectativa que pone de los nervios a unos y otros, derecha a izquierda, pues bien saben que, de regresar, la mayoría de este país volvería a derretirse a su paso. Mera conjetura, claro, pero hay quienes, por si un aquel, empedran de chismes y patrañas el camino de vuelta. Al menos, mientras no se demuestre lo contrario.
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