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Columna
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Vagos

Nuestros profesores y padres siempre nos han recomendado ser trabajadores, personas aplicadas y estudiosas. Desde pequeños hemos sido instados al esfuerzo como cincel de un prometedor futuro. Sin embargo, hoy cada vez comprobamos con más nitidez que es mucho más rentable ser un vago. En esta sociedad del beneficio instantáneo no tiene sentido el móvil esfuerzo-recompensa, es mucho mejor obtener el botín sin el peaje del sufrimiento. Este atajo ya no es una trampa, al menos para nuestras conciencias. No es que nos hayamos perdido el respeto a nosotros mismos, sino a las instituciones, a la escuela y a la empresa, que nos ofrecían los aprobados o los sueldos como pago por nuestro sacrificado trabajo.

En clase, siempre existió el estudiante despabilado con frialdad para copiar, dar el cambiazo o sacar la chuleta que le acababa reportando el mismo sobresaliente que a aquel otro que cada tarde repasaba en su casa la lección del día y se encerraba en vísperas del examen. Entonces, quizá para justificar nuestra cobardía y recato moral, condenábamos aquella trampa (con una secreta envidia) amparados en una ética en la que creíamos, un código deontológico que hoy, sin embargo, se ha quedado antiguo tanto en la escuela como en el trabajo.

Hemos empezado a estafar a la empresa porque nos sentimos convencidamente timados, explotados por tareas ingratas durante horarios abusivos. Quizá en una actitud autoproteccionista, quizá subversiva, hemos ido contemplando cómo, tanto nosotros como nuestros compañeros, procuramos hacer cada vez menos, nos entregamos a una creciente y contagiosa pasividad. No le debemos devoción, ni siquiera respeto a la empresa porque ella no lo muestra hacia nosotros.

La economista y psicoanalista Corinne Maire, de 41 años, ha publicado un ensayo titulado Buenos días, pereza, que se ha convertido en todo un fenómeno editorial en Francia, donde ha vendido 250.000 ejemplares. Maire hace un elogio del empleado vago y da técnicas para aprovecharse de la empresa antes de que ella lo haga del trabajador.

Conozco gente que llega a la oficina y se parapeta tras su ordenador con la esperanza de pasar lo más inadvertido posible y así esquivar tareas. He oído a empleados celebrar el cambio de sistema informático en la empresa porque les proporciona nuevas excusas para rezagarse en sus labores y despacharlas con menor precisión. Estos vagos, en otro tiempo, nos habrían resultado un cáncer en nuestro entorno laboral, ahora, en cambio, les miramos como a valientes revolucionarios, arriesgados pioneros de una nueva forma de salvación e incluso de contracultura (según califica The New York Times la tesis de Maire).

Ya ni siquiera en la escuela existe el odio, el remordimiento o la fascinación ante la lasitud. En el colegio se está produciendo el mismo escaqueo lícito que en los trabajos. Un gran ejemplo es www.rincondelvago.com. Este portal fue creado hace casi siete años por dos estudiantes de informática de Salamanca para colgar altruísticamente sus trabajos. Hoy aquellas ocho primeras redacciones se han convertido en un récord de 50.000, y la página, en un próspero negocio con casi cuatrocientos mil usuarios al día que se surten de apuntes, resúmenes o técnicas para elaborar chuletas. ¿Por qué perder el tiempo leyendo El Quijote si las preguntas y las respuestas del posible examen están colgadas en la Red?

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Casi la mitad de los españoles que se aprovechan de El rincón del vago son madrileños. Unos 65.000 estudiantes de la Comunidad le devuelven diariamente al sistema educativo la trampa, ya que ellos también creen que su educación es deficiente o que no les reportará una buena salida laboral. Algunos profesores se indignan ante este intercambio virtual y otros, por el contrario, prefieren exponer en la web sus apuntes y así asegurarse de que sus alumnos obtienen un material apto y no adulterado (como a veces es preferible suministrar droga controlada a los yonkis en lugar de dejar que la busquen por su cuenta).

La ley del mínimo esfuerzo es válida si es una regla para la felicidad, para librarnos de pesares prescindibles y ganar tiempo y energías para emplearlas en actividades verdaderamente placenteras. Sentirse culpable por no hacer nada o realizado a través del esfuerzo está pasado de moda. Los tiempos del trabajo duro son un vago recuerdo.

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