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HISTORIAS DEL CALCIO | FÚTBOL | Internacional
Columna
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La estructura temporal de 90 minutos a solas

Enric González

El mundo de las ideas es libre. Hay quien cree, como el filósofo alemán Herman Lubbe, que la estructura temporal de la historicidad, que según Heidegger y la teoría hermenéutica de sus seguidores resulta exclusivamente de la relación del sujeto consigo mismo y lo que para él constituye significado, es, en realidad, una estructura indiferente al sujeto, abierta a todos los sistemas dinámicos. También hay quien cree que el Real Madrid se dará un paseo en el Estadio Olímpico dentro de diez días. Todo es posible.

La teoría de que el Madrid lo tiene fácil cuenta al menos con un mérito: a diferencia de otras, como la de Lubbe sobre la estructura del tiempo, esta es inteligible. Hasta podría resultar cierta.

El Roma, es verdad, saltará al césped con todo perdido. Ni la UEFA estará a su alcance. Y las gradas permanecerán vacías. Será uno de esos siniestros encuentros a puerta cerrada en los que sólo se oyen los jadeos e imprecaciones de los futbolistas y los golpes al balón. Las directivas del Madrid y del Roma, por otra parte, mantienen buenas relaciones. "Pan comido", se dicen los merengues.

Miremos las cosas de otro modo. Pensemos, por ejemplo, en el via crucis del Roma esta temporada. Primero se les escapa Capello a Turín llevándose a Emerson y a Zebina. Luego se va el nuevo entrenador porque su mujer está enferma, llega otro que no aguanta un mes y se contrata un tercero que tira como puede. En el partido inaugural de Copa de Europa un energúmeno (aún no identificado) abre la cabeza al árbitro y, sin jugarse la segunda parte, el Roma pierde 0-3 por decisión administrativa. En el Bernabéu se adelanta pero acaba perdiendo 4-2. Cae 3-1 en Leverkussen y empata en casa con los alemanes, a puerta cerrada. El colmo llega en Kiev: el Roma acude a jugar a Ucrania en plena revuelta popular y llega protegido por el ejército a un estadio repleto que, cosa rara, corea el nombre del líder de la oposición y exige democracia en vez de proferir sonidos simiescos. Nueva derrota, 2-1, sobre un césped nevado.

Para los jugadores del Roma, tan pagados de su talento como el que más, el de la semana próxima será el último partido ante las cámaras europeas. Para Totti y Cassano, que aspiran a marcharse (y sueñan con el Madrid), será la última ocasión de lucirse ante posibles compradores. Para la afición será la única oportunidad de llevarse una alegría, aunque sea simbólica y haya que verla por la tele. El Real Madrid no es un equipo cualquiera. Ganarle se disfruta el doble.

¿Y si, llegado el momento, el Roma saliera a morir? Tan malos no son. El sábado resucitaron en Siena. Arrasaron, 0-4, con dos goles de Totti y dos de Montella (ya máximo goleador italiano), fabricados todos por un Cassano que volvió a ser el poeta loco de doce meses atrás. El técnico, Del Neri, renunció a su tradicional 4-4-2 y desplegó un 3-4-3 un poco extraño pero efectivo. Fue como si, al fin, las piezas del equipo más histérico del calcio encajaran a la perfección.

El Real Madrid debería prepararse a sufrir hora y media de agonía en el Olímpico. Por si acaso. Por si un rival sin posibilidades en ninguna competición experimentara esa noche un subidón de orgullo y quisiera salvar el honor de las gradas vacías. Por si Totti y Cassano decidieran elevar su cotización haciendo el partido de su vida. A lo mejor el Madrid, al que no se han visto hasta ahora grandes maravillas, gana sin despeinarse. También podría ser que la estructura temporal de la historicidad fuera indiferente al sujeto y estuviera abierta a todos los sistemas dinámicos. Pero un servidor no apostaría dinero.

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