Hacia el desenlace
El Tribunal Supremo de Ucrania tiene a partir de mañana la última palabra sobre las fraudulentas elecciones presidenciales, después de que el Parlamento de la ex república soviética las deslegitimara ayer moral y políticamente. El Legislativo, reunido en Kiev en sesión de urgencia, considera inválidos los comicios que han dado la victoria al primer ministro prorruso Víktor Yanukóvich, por sus irregularidades masivas y porque no reflejan las intenciones de los ciudadanos, y de paso lapida a la Comisión Electoral.
El Parlamento carece de autoridad legal para anular los resultados electorales, pero su decisión presta un formidable apoyo a la causa del líder opositor prooccidental Víktor Yúshenko, cuyos partidarios siguen por decenas de miles en las calles de Kiev. La descalificación parlamentaria coincide con un pronunciamiento de la Unión Europea para que se repitan los comicios, como mejor manera para salir de una gravísima crisis que amenaza la estabilidad de Ucrania y en la que median formalmente desde el viernes diversas instancias europeas y rusas.
Dividida y semiparalizada, Ucrania es desde hace una semana escenario de una suerte de revolución pacífica en defensa de la democracia, que ha puesto contra las cuerdas a un régimen corrompido, el del presidente saliente Leonid Kuchma, apoyado incondicionalmente por Vladímir Putin, y del que Yanu-kóvich es el heredero designado. El riesgo inmediato es que se traspase la fina línea que separa la protesta y la desobediencia civil de la anarquía y la sangre. Con este telón de fondo, un Tribunal Supremo con cierta reputación de independencia -que le ha llevado a prohibir a la Comisión Electoral que oficializara los resultados de las elecciones, impidiendo así la proclamación formal de la victoria del primer ministro- tiene ante sí la decisión crucial de consagrar el fraude, demasiado obvio incluso para los hábitos postsoviéticos, o por el contrario ordenar el recuento parcial o total de los votos o la repetición de los comicios.
El trance de Ucrania debe ser salvado por sus ciudadanos, pero su importancia excede con mucho los confines de una nación de casi cincuenta millones y gran valor económico y estratégico. Precisamente por su condición de país a caballo entre dos mundos, Rusia y Europa, Ucrania puede ser el catalizador que defina sin rodeos la hasta ahora ambigua política de la UE hacia Moscú. Los hechos muestran palmariamente que el autoritario Putin ha confundido los legítimos intereses del Kremlin en Ucrania con una inadmisible intervención en los acontecimientos encaminada a torpedear allí la consolidación de la democracia. La Unión Europea debe corresponder con la firmeza y unidad manifestada hasta ahora a las ansias de libertad que los ucranios manifiestan en sus calles.
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