Los otros 'galácticos' del fútbol
120 jóvenes colombianos, ecuatorianos, chilenos, marroquíes o rumanos forman una escuela deportiva para inmigrantes
Christian Camilo, de nueve años, entrena al fútbol dos días a la semana y siempre después de hacer los deberes. Su madre dice que el niño descarga su hiperactividad dando patadas al balón. Ahora ella, que se llama Aceneth, tiene un trabajo más tranquilo. Hubo un tiempo, que prefiere no recordar, en que tenía que dejar al niño solo en los parques hasta las once de la noche porque no tenía a nadie que cuidase de él. Más de una noche se la pasó de parque en parque por Usera, desesperada, llamando al pequeño porque no le encontraba. Christian Camilo juega al fútbol.
En cambio, Santiago, que está en situación irregular, arbitra los domingos, cuando no tiene que trabajar montando piscinas. El domingo pasado terminó a las seis y media de arbitrar. Hacía viento y eso para él es mala señal: el frío hace que le duela mucho la mandíbula. Desde que un caballo se la rompió de una patada en Colombia, la tiene arreglada con platino. Si Santiago arbitra y trabaja, Jorge Henao, de 16 años, sólo se dedica al fútbol: tiene tanta pasión y esperanzas en que va a llegar a ser una estrella del balompié que ni estudia ni tiene un empleo.
Diego Muñoz no juega al fútbol ni arbitra. Es periodista y se dedica a cubrir para la revista latinoamericana Quiu (contracción de la frase colombiana "¿Qué hubo?") las crónicas de los partidos que se juegan en los campos de Maris Estella, en el distrito de Usera. Todos los domingos se acerca al campo, con la cámara de fotos colgando del hombro. Christian Camilo, Santiago, Jorge y Diego son inmigrantes y son colombianos. Todos viven los fines de semana la pasión del fútbol, cada uno a su manera. El artífice de que cada domingo los campos que hay cerca del parque de Pradolongo se llenen de jugadores y de espectadores inmigrantes como ellos es otro colombiano: Edgar Silva Reyes. El tiempo que no pasa trabajando como mensajero, lo dedica a una escuela de fútbol de Usera, en la que hay inscritos 120 chavales inmigrantes, y a los equipos seniors. Hay colombianos, ecuatorianos, chilenos, costarricenses, marroquíes, rumanos... Todo chicos. "Y cuatro niñas", puntualiza Silva, que también organizada torneos para extranjeros. Ahora es tiempo para el Campeonato Hispanoamericano de Otoño, en el que también participan chavales de la escuela. Entre la escuela y los campeonatos, hay más de 500 inmigrantes que practican fútbol en Usera.
El 30%, sin papeles. Poco a poco, se van metiendo en la vida deportiva de la capital. El Ayuntamiento de Madrid ya les deja participar en sus torneos: hay dos equipos de inmigrantes jugando en la liga de Orcasitas. La escuela se llama Escuela de Fútbol Orcasur sin Fronteras y cuenta con el apoyo de la asociación de vecinos de Orcasur.
Entre los chicos hay algunos con grandes sueños de llegar lejos, como Diego Fernando Rojas, de 24 años y que trabaja en una frutería en Usera, o Julián Sánchez, de 20 años y admirador de Ronaldinho. También está Jorge Henao, el chaval que ni trabaja ni estudia. Edgar lo vende bien: "Juvenil de primer año, gran promesa". El otro se sonroja y asiente. Llega otro chaval, Steven Salas. "Es un gran lateral izquierdo", sigue explicando el director de la escuela. Las aspiraciones suben. Héctor Fabio, de 17 años y que trabaja en una empresa de pintura, quiere elegir: "Quiero jugar en el Atlético de Madrid, el Real Madrid no me gusta porque yo soy del Barça", argumenta. Las peleas en el campo están totalmente prohibidas. Para eso está Leonardo, el jefe de seguridad. Embutido en un gorro de lana y con una carpeta en la mano calma a los chavales y los saca del campo cuando hay un amago de bronca.
El domingo pasado, todos asistieron como público al Campeonato Hispanoamericano de Otoño. El equipo Frutas y Verduras Cali, de Mercamadrid, va en el puesto número nueve de la clasificación. Y solo hay 12 equipos. El domingo se agota. Cuando el campeonato termine en diciembre, los torneos se pararán por el frío hasta el próximo mes de febrero. Luego, con el primer sol, volverá la vida a los campos de fútbol de Usera.
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