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LA CRISIS INTERNA DEL PP
Columna
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Futuro imperfecto del PP valenciano

La trifulca de Elx se ha convertido en todo un referente político de ámbito nacional. Y lo que te rondaré, morena. Curiosamente, el mayor perjudicado hasta ahora por la gresca ha sido Mariano Rajoy, cuya autoridad en el PP ha quedado menoscabada y su imagen ha resultado erosionada en un debate parlamentario inmisericorde.

La política tiene esas paradojas. Cuando Miguel Ángel Moratinos descalifica a Aznar por la lejana asonada que derribó momentáneamente a Hugo Chávez, a quien incordia con ello es al mismísimo Rodríguez Zapatero, quien le preferiría bien calladito. A su vez, el enfrentamiento en Elx entre Manuel Ortuño y Josefa Martín produce su primera víctima en Valencia, al retirar Fernando Giner su candidatura para la presidencia provincial del partido frente a Alfonso Rus por "el bien del partido", Giner dixit.

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Estos incidentes -y los que sobrevendrán- evidencian el fin de un modelo concreto del PP valenciano, integrador en lo ideológico, en lo personal y, por supuesto, en lo territorial. El nuevo modelo resultante, mejor o peor, pero en cualquier caso distinto, es el que maneja desde ya un Francisco Camps que ha sido el triunfador absoluto del XI congreso regional del PP, sin sombra personal alguna que se haya atrevido a empañarlo.

En contraste, el ex ministro Eduardo Zaplana vive ahora sus horas bajas en un Madrid en el que bastantes medios de comunicación parecen responsabilizarle de lo ocurrido en Elx, aunque no venga a cuento. Es lógico, en cierto modo, porque ¿qué saben esos medios del carácter singular del señor Ortuño? ¿Cómo se explicarían, si no, que el máximo responsable del orden público en Elx haya sido precisamente el principal protagonista de la trifulca?

Ése no es el tema, sino saber por dónde van a ir en el futuro los tiros del nuevo PP. Hasta ahora, la incruenta guerra de la lengua ha puesto de manifiesto dos posibles ejes de actuación. El primero, un valencianismo a ultranza que impida que se le escape un solo voto por esa costura. No parece complicado: habida cuenta que ni populares ni PSPV parecen dispuestos a rebajar al 3% el umbral de presencia parlamentaria, a ese regionalismo conservador no le queda más alternativa que acomodarse dentro del PP. El segundo eje es el de un elevado nivel de confrontación política, como manifiesta el tono de beligerancia creciente del presidente de la Generalitat y la eliminación de puentes de contacto con el PSPV, incluida la neutralidad respecto a la Acadèmia Valenciana de la Llengua.

Con estos mimbres es con los que ha empezado a tejerse la necesaria mayoría absoluta que permita que el Partido Popular vuelva a gobernar. En principio, no parece un empeño laborioso, dadas las vacilaciones del errático Joan Ignasi Pla, siempre a rebufo de un Consell que logra pillarle indefectiblemente con el pie cambiado.

Se equivocarían, sin embargo, quienes creen que la carrera por llegar al Palau en el 2007 no ha empezado todavía y que, cuando se inicie, Francisco Camps tendrá por delante un camino de rosas. Desde ahora hasta entonces, nuevas variables se perfilan en el horizonte para dificultar la andadura del President. La primera, qué repercusión sobre la Comunidad tendrá el efecto Zapatero. Nueve meses después de su llegada a La Moncloa, las encuestas otorgan una holgada mayoría a Rodríguez Zapatero, cuya imagen permanece impoluta, mucho mejor que la de cualquiera de sus rivales. La segunda, los movimientos que en clave electoral será capaz de hacer el jefe del Gobierno español: cambios de ministros poco gratos a la Comunidad, inversiones no previstas, minitrasvases,... Una tercera y definitiva variable es la gestión de la Copa América. El Estado central tiene la llave económica del evento y, por vía del ministro Jordi Sevilla, intentará acaparar todo el protagonismo y todos los méritos que pueda de un acontecimiento de tanta trascendencia.

No le queda mucho tiempo, pues, al PP para hacer sus deberes, aunque hasta ahora nadie le haya sometido a una evaluación rigurosa, ni siquiera mínimamente comprometida.

El problema añadido, además, es que si no obtiene la mayoría absoluta se quedará para vestir santos. Y, una vez en la oposición, a ver quién le saca de ella en una sociedad mayoritariamente de izquierdas. Por eso, a pocos años vista podríamos encontrarnos ante la última de las paradojas: que un PP autocrítico y nuevamente centrado volviese al poder en España y que aquí, por haber vacilado en su rumbo, quedase varado en la oposición.

Cosas más raras se han visto en esta vida.

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