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Mujeres agredidas, sociedad maltratada

Joan Subirats

Si la realidad se hace traumática, incomprensible, ajena a cualquier capacidad de control por uno mismo, la tendencia a castigar lo que sí es cercano, próximo o manejable aumenta notablemente. Estalla la microviolencia (y la violencia a secas) en los entornos domésticos, en muchas relaciones cotidianas. La economía ingobernable domina nuestras vidas, nos hace dependientes, nos precariza y subyuga. El salir a la calle es para mucha gente una prueba de supervivencia diaria, una constante batalla contra el riesgo de fracaso, y esa ansiedad personal y ambiental, ese frágil equilibrio psíquico, revierte en respuesta hostil a la hostilidad percibida, hostilidad que puede proyectarse más fácilmente hacia los que más directamente conviven con uno, aquellos ante los que te sientes más desguarnecido, más expuesto. Y en una espiral dramática, si de ello se deriva la posibilidad o la realidad de la separación de seres considerados clave en tu entorno más inmediato, no es extraño que ello desemboque en furia incontenible o en desesperación destructora; en agresiones de todo tipo a esposas, compañeras, hijos e hijas, abuelos y abuelas, amigas más o menos estables, y en autolesiones y reacciones autodestructoras como corolario frecuente.

Mujeres más independientes, con formación creciente, con una bien ganada autonomía individual, sufren directamente en sus carnes y en sus vidas la agresión exasperada de quienes reclaman propiedad, sujeción, dominio; la agresión de quienes llegan a los hogares atrapados en la maraña de sus tensiones y miedos. Cuanto más manejamos categorías de triunfador-perdedor, más dependientes y frágiles somos ante los derrumbes de esos andamiajes meramente mercantilistas e individualistas. Cuando todo ello se quiebra, eres tú el que falla. Y no es entonces extraño que, como dicen los expertos, la salida para algunos sea el golpear con fuerza a todos aquellos que les rodean, ante quienes cualquier cruce de miradas es percibido como acusación y sombra de menosprecio. Decía Hobsbawm que "la economía (actual) está edificada sobre la base de la inseguridad humana". Y sin ánimo de ser mecanicista, algo huele a podrido en nuestra forma de entender lo que vale y lo que no vale, lo que es importante y lo que no lo es tanto. Las fronteras entre los ámbitos público y privado se van haciendo más y más sutiles. Y ello ocurre en ambos sentidos. Los hogares han dejado de ser, afortunadamente, los antiguos castillos en los que nada de lo que allí ocurría era asunto de los de fuera. Pero sigue existiendo una realidad que en no pocos casos es dramática y que sacude lazos y vínculos íntimos sin demasiados resquicios para que penetre la posibilidad de renovación y de regeneración. Por otra parte, lo público se convierte en escenario en el que exhibir y vender no sólo las miserias, historias y trifulcas personales, sino incluso las facetas más puramente cotidianas, como el dormir, el comer o el descomer. La pérdida de referentes y de lazos sociales genera enfrentamientos individualizados contra realidades que no controlas, sujetas a poderes anónimos, y descargas de violencia contra lo cercano.

Hoy, 25 de noviembre, se celebra el día internacional de la no violencia contra las mujeres. Y en muchos países se propone iniciar ese día una campaña que se prolongue hasta el 10 de diciembre para relacionar la violencia sexista con otras fechas significativas: el 1 de diciembre, día mundial de lucha contra el sida, en un momento en que cada vez hay más mujeres infectadas por la inmunodeficiencia; el 6 de diciembre, fecha en la que se conmemora la masacre de la Universidad de Montreal, donde en 1989 un hombre armado mató a 14 chicas en la cafetería, después de ordenar que salieran una cincuentena de hombres y tras gritar: "¡Sois un hatajo de feministas y yo odio a las feministas!", o el 10 de diciembre, aniversario de la Declaración de Universal de los Derechos Humanos aprobada en la ONU en 1948, en cuyo artículo 2 se proclama la plenitud de derechos y libertades sin distincion de razas, colores o sexos. Son 16 días que pretenden poner de relieve que, al margen de lo significativas que puedan ser las medidas legislativas que pretenden castigar con dureza los sucesos de violencia sexista, existen muchos elementos de base contra los que no sirven las medidas estrictamente penales. Hay mucha violencia sexista que no se expresa en la crónica de sucesos. Es violencia sexista lo que muestra el informe presentado hace unos días por el Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona, donde se denuncia (entre muchas otras "curiosidades") que menos del 13% de los catedráticos de universidad son mujeres y que no hay una sola mujer catedrática en 29 áreas de conocimiento, entre las que se encuentran Pediatría y Ginecología. Es violencia sexista el no reconocimiento del trabajo doméstico de tantas mujeres, sea en casa propia o en casa ajena. Es violencia sexista que la vida, los tiempos, el trabajo, esté organizado de tal manera que sólo llegan las mujeres que de alguna manera renuncian a actuar, vivir y ser con plenitud mujeres.

Las mujeres agredidas de tantas y tantas formas son una manifestación más de una sociedad maltratada. Una sociedad maltratada por hábitos, por maneras de producir riqueza o de considerar socialmente útil sólo la parte que el mercado reconoce como tal. Una sociedad maltratada por derivas que aíslan, que rompen lazos, que destruyen en nombre de la individualidad las bases de la autentica autonomía individual que sólo puede expresarse en un entorno social en que reconozcas y te reconozcan. Las políticas de respuesta a la violencia sexista deben inscribirse en entornos comunitarios, capaces de regenerar vínculos, capaces de reconstruir las formas de convivencia y de reconocer con plenitud las distintas formas de ser y sentir. Si dejamos de maltratar esa sociedad, las agresiones tendrán menos espacio para reproducirse y tendremos más capacidad para hacerlas frente de manera colectiva.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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