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Columna
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La mejor televisión

Cada noche en aquellos diálogos geniales que sostenían Tip y Coll en los bajos del local de la calle de Padre Xifré junto a Torres Blancas nuestros amigos después del sketch del vaso de agua se referían a Televisión Española, que entonces era el único canal, como la mejor televisión de España. Ahora cuando estamos a punto de que concluyan los trabajos del comité de sabios, cuyo nombre oficial es el de "Consejo para la reforma de los medios de comunicación del Estado", podemos batir el récord con la revelación de que TVE es la mejor y la más barata de las televisiones de Europa. O sea, que podríamos parafrasear la leyenda de la célebre viñeta de Chumy Chúmez, en la que un indigente ante las gráficas de la prosperidad económica apostillaba: "Anda, si resulta que tengo un nivel de vida que para mi lo quisiera yo". Es decir, que con la infografía disponible aparecida en la prensa de ayer vamos a descubrir enseguida que tenemos una televisión española que para nosotros la quisiéramos.

En resumen, que comparativamente, según datos de la Red de Información y Estadística de la Unión Europea de Radio y Televisión para Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, tenemos la televisión pública de menor coste, la que menos recursos absorbe de los presupuestos generales del Estado y la que emplea una plantilla más reducida. Que en esas condiciones su porcentaje de audiencia sólo sea algo inferior, resulta cuando menos prodigioso. Por eso, para nada extraña que fuentes próximas al comité de sabios consultadas por Rosario G. Gómez, en la edición de EL PAÍS de ayer, aseguren que tras sus primeras rondas de reuniones los expertos apuestan por una radiotelevisión pública "fuerte", alejada del fantasma de la privatización y asentada en un modelo de financiación mixta a base de ingresos publicitarios y subvención.

De aquella hipótesis defendida en mayo por el secretario de Estado de Hacienda, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, partidario de explorar la posibilidad de privatizar parte de TVE para evitar que con cargo a los impuestos se pague la producción de programas basura se ha perdido el rastro. Todavía estamos en una fase de cuestionamiento de la televisión basura, pero enseguida veremos cómo los canales públicos y privados se unen para defender sus actuales contenidos y resisten cualquier impugnación bajo el lema de la vuelta a la odiada censura. Nos dijeron que seríamos más libres cuantos más canales pudiéramos sintonizar en nuestros receptores, como si la llamada libre competencia fuera por sí misma el ungüento amarillo garantizador de la máxima calidad. Pero hemos asistido a una fiera competencia en la espiral de la creciente degradación.

Cada uno de los canales privados y autonómicos se ha esforzado en multiplicar las inversiones en redes de difusión propias que en buena parte resultan redundantes y que ahora deberán incorporar los costes disparados de las nuevas tecnologías digitales, mientras que han dejado de atender a la producción. De manera que tenemos variedad de canales para emitir lo que a precio de subasta se adquiere a las productoras norteamericanas, felices de vender varias veces lo mismo y a precios de escándalo, como me hacía observar con gran lucidez Elías Querejeta. Pero, ¡sursum corda!, al menos desde la derrota electoral del PP parece emprendido el camino sin retorno para el abandono del concepto de RTVE como servicio doméstico del Gobierno de turno.

Incluso se diría que empieza a cundir el efecto y en Andalucía el Parlamento debate una ley para que el nombramiento del director de Canal Sur se haga por mayoría de 3/5 de la cámara, igual que la designación de los componentes de un Consejo Audiovisual de nueva planta. Sólo falta que se imponga la transparencia en los contratos y sepamos las remuneraciones ofrecidas a quienes se han convertido en la piedra de toque de la independencia en línea con Jota Pedro. ¿Llegará el momento en que junto al rótulo con el nombre de cada participante figure la cantidad que le ha sido asignada?

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