Caldo y sorna
Nuestros conciudadanos europeos no han procurado, mediante imágenes o palabras, reprender o reñir a los valencianos. Han puesto a caldo, eso sí, a los varios miles de energúmenos que protagonizaron la bufonada racista en un estadio durante un encuentro internacional de fútbol. Aquello fue un comportamiento colectivo en las gradas excesivamente grave y poco ejemplar: cada vez que tocaba el balón un persona de color, un grupo de demasiados primates antropoides emitía desde el graderío sonidos que imitaban a los simios de las selvas tropicales. La BBC Five Live se refirió de forma crítica a ese comportamiento en todos sus boletines horarios durante los días siguientes. Tertulias radiofónicas en la Gran Bretaña, donde la educación y la convivencia racial en las tierras hispanas quedó en entredicho, las hubo. Como hubo comentarios críticos en la prensa británica, deportiva o no, desde el tabloide local de la sureña isla de Whigt, hasta el The Herald o The Scotsman, de Glasgow y Edimburgo respectivamente, en las frías tierras escocesas. La crítica ha sido tan ácida como grotescos y burdos fueron los sonidos emitidos. A algunos quizás pueda parecerles que la reacción de los medios británicos ha sido desmesurada; otros pensamos y nos alegramos de que se reaccione de tal modo, tanto si esos comportamientos habitan entre nosotros, como si habitan en Kuala Lumpur o Phnom Penh. Pero los valencianos, en especial, no hemos sido los destinatarios de esa reprimenda, cargada en las tertulias de improperios.
Los valencianos hemos sido, y más bien seguimos siéndolo aún, destinatarios de la sorna de nuestros conciudadanos europeos. Hemos sido, junto con los catalanes, protagonistas de portada con el santo y seña del valenciano como carta de presentación. El tema de las "traducciones" al valenciano y al catalán de la futura Constitución europea no ha adquirido en los medios de más allá de los Pirineos tintes trágicos, dramáticos o ácidos: ha sido una burla fina, irónica y disimulada, con la que se esboza una sonrisa, lo mismo que se esboza con cualquier motivo bizantino. A guisa de ejemplo, uno de los periódicos de mayor tirada de Baden-Württemberg -una de las regiones históricas más ricas y pobladas de la Unión Europea- dedicó algo más de un tercio de su primera página al cómico embrollo de las traducciones. Ni qué decir tiene que el articulista ni niega la evidente unidad del catalano-valenciano-balear, ni es secesionista, ni cubre su cabeza con una barretina, ni sale a la palestra a los sones de una festiva marcha fallera, y señala como principales protagonistas a los políticos locales. Comienza el escrito, que leen centenares de miles de lectores, de la forma siguiente: "La culpa la tiene el rey Jaume (sic). El rey de Aragón, conde de Barcelona y señor de Montpeller levantó su espada el siglo XIII contra los infieles. Según su parecer esos eran los árabes, que dominaban entonces gran parte de la Península Ibérica. Jaume (sic) demostró ser un hábil y tenaz estratega que conquistó primero las Baleares y después la costa occidental ibérica y el entorno de la ciudad de Valencia". Habla luego el articulista de los cartapacios de las traducciones en Bruselas, y de los tiras y aflojas del tripartito catalán con el gobierno de Madrid, y finaliza aludiendo a la testarudez de los herederos del rey Jaume (sic) a una y otra orilla del Ebro. Sorna fina y sonrisa cómplice respecto al tema de las traducciones, mientras otros protagonizan por aquí una tragedia griega, cuya tema son las esencias de una lengua que no hablan.
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