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Columna
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Somos monos

Me pilló el apagón cruzando la Gran Vía, y por un segundo, entre la oscuridad, se hizo la luz del silencio y entonces me llegó claro y firme el eco del rumor de los monos, el canto grotesco que rebotaba en la ciudad disimulado entre otros sonidos desde el pasado miércoles, el tonto bunga bunga de las bestias que escuchamos una vez más, en una noche de fútbol, en las gradas del Bernabéu, inundando por extensión un estadio y aún más una ciudad y después un país, de profunda vergüenza. En ese instante me vino a la memoria la expresión simiesca de Luis Aragonés al comentar ante la prensa inglesa el asunto de las colonias, ignorando, entendemos muy mal el orgullo, que cuando se ha sido muy estúpido hay que estar dispuesto a pedir perdón no una, sino mil veces y siempre con la cabeza baja. Asombra comprobar lo poco que sabemos de toros en este país tan taurino; el toro cuando es noble, se humilla en cada lance y el torero cuando es torero se crece sólo en el respeto. Qué poco saben los catalanes que andan sacando pecho por haber encontrado al eslabón perdido con sus huesitos en fila, puede que ellos hayan dado por fin con el simio que se tiró a la simia que nos parió, pero nosotros tenemos en Madrid, vivita y coleando, a toda su prole. Maldita la gracia que tiene tanta derrota moral. Si los monos supieran leer que es mucho pedir, habrían leído a Malcon X y sabrían que el respeto y el derecho ni se dan ni se piden, se tienen. Como madridista y madrileño, dos veces blanco, y como hombre, he sentido ya antes una vergüenza parecida, en ese mismo estadio, que desde muy niño, es el mío. Florentino Pérez debería saber que una galaxia blanca no puede permitirse unas manchas tan negras. Su colega Joan Laporta hace ya tiempo que le ha echado imaginación y coraje, esas dos siempre viajan juntas, a esta batalla. De ahí las amenazas de muerte que le pintan en la pared de su casa, de ahí también lo claro de su mirada y, supongo, lo tranquilo que duerme. Por cierto en Barcelona tenían un mono blanco que murió dándonos lecciones de señorío.

En un país como es debido, al señor Aragonés le habrían puesto ya delante una hojita con su dimisión limpiamente redactada, a falta de firma. Ya está bien de entrenadores borricos que entienden la hombría como una mera repetición de los gestos de los monos. Lo que nos hizo hombres fue precisamente dejar de ser lo que éramos. No se trata de ser como somos, otra fidelidad mal entendida, sino de ser como quisiéramos ser, de ser, en definitiva, mejores. El señor Aragonés puede avivar el recuerdo de Isandhlwana o llevarnos hasta Gordon parapetado en las empalizadas de Jartum acribillando Derviches, que no encontrará en esta sucia pelea el respaldo de la historia. No somos responsables de los demás sólo somos responsables de nosotros mismos. Por respeto a su edad y a tantos años de carrera, no entro a juzgar si el seleccionador nacional es o no racista, aunque queda claro que mucha sensibilidad no tiene con el tema, lo que sí parece probado es que no está a la altura de un cargo que viene con himno y bandera. Lo que nos faltaba es que un representante de la federación nos agite desde el banquillo a los monos de la grada. En fin, no se trata de escoger a los entrenadores por las corbatas y la capacidad para enlazar metáforas, que así nos fue con Queiroz en mi querido equipo, pero no estaría mal poner al frente de la selección a un tipo capaz de responder a la presión y a los medios con algo más elaborado que "en mí rebota y en tu culo explota". Y ya de paso a alguien que maneje técnicas de motivación más avanzadas.

En este mundo hay cosas mucho más importantes que el fútbol y el fútbol es una de ellas. Quienes amamos profundamente este juego no podemos seguir soportando la porquería que lo embarra. Puede que sean unos pocos los que lo ensucian, pero me temo que son muchos los que callan. Podemos quitar hierro al asunto y echar tierra encima y así seguiremos silbando hasta la próxima vez en que el canto de los simios se eleve por encima del silencio de los hombres. Podemos también exigirnos un poco de cordura. Podemos estirar de una vez el espinazo del diablo y dejar de apoyarnos con las manos en el suelo. Manda cojones que después de 13 millones de años aún no seamos capaces de caminar del todo erguidos.

Pobre Ruiz-Gallardón, que anda buscando una Olimpiada cuando lo que en realidad nos hace falta es una escuela, tal vez ni eso, tal vez nos baste con una jaula.

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