Fantasmas poderosos
No debiera ocultársele al lector que Christian Thielemann, además de ser un excelente director, está reivindicado por ciertos sectores como el continuador de la gran tradición de directores germanos y como el "joven Karajan" que devolverá a Alemania, por fin, el liderazgo en la batuta. Casi podríamos imaginarlo, dada su complexión física, como el héroe que reconquistará un poder perdido (¿el Anillo?), hoy en manos de dragones judíos, hindúes, judeo-argentinos, etc. Basta echar un vistazo a los problemas de la ópera en Berlín para que asomen todas esas cuestiones, que -nos guste o no- contaminan a la música. Y así ha sido siempre. La Orquesta cuyo concierto comentamos hoy fue la protegida de Goebbels, mientras que Göring favorecía a la Staatsoper (Unter der Linden): rencillas fraternales.
Christian Thielemann
Dirigiendo a la Orchester der Deutschen Oper Berlin. Obras de Wagner. Palau de la Música. Valencia, 19 de noviembre de 2004.
Flaco favor hacen a Thielemann quienes le presentan de esta manera. No sólo porque le enfrentan a un sector muy amplio de oyentes. También, y sobre todo, porque esa herencia que él "debe" retomar es tan inmensa que resulta inabordable. ¿Qué debería hacer el continuador de Knappertsbusch y de Furtwängler? ¿Cómo podría superar un listón puesto a semejante altura? ¿Cómo evitar las comparaciones con esos gigantes, incluso ahora, cuando sólo tiene cuarenta y cinco años? Para acabarlo de redondear, viene con Wagner. En Madrid, con fragmentos de La Walkyria y El Ocaso. Aquí y en Barcelona con páginas orquestales. Es imposible no pensar en la "herencia" germánica, porque, alrededor de Thielemann gira incansablemente y, alrededor de Wagner, también.
La obertura de Rienzi, el Preludio de Lohengrin, la obertura de Tannhäuser, el Viaje de Sigfrido por el Rhin, la Marcha fúnebre de El Ocaso de los Dioses, El Encantamiento de Viernes Santo, el Preludio y Muerte de Amor de Tristán. Luego, como bis, la obertura de Maestros Cantores... En todo ello se percibió una atención extrema a la polifonía, con interés hacia las voces intermedias, una subrayada presentación de los Leitmotiven, un tratamiento preciosista de los solos instrumentales (¿homenaje a Karajan?), una tendencia a lo grandioso, excesiva a veces, una sonoridad maravillosa y clara en los pianissimi, una orquesta funcionando ejemplarmente (no tocaron bien: tocaron muy bien), una dirección clara y eficaz... pero de esa tradición alemana -reivindicada justo por quien no toca-, faltaron cosas, y cosas importantes: los clímax venían preparados más por un aumento de volumen que de tensión. Las frases musicales no volaban libremente por encima de las barras de compás. Algunas páginas se interpretaron por adición de fragmentos, sin ese concepto global que les da sentido: tanto es así que Sigfrido parecía desorientado por el Rhin. Y, sobre todo, faltó el sentimiento genuino y sincero, base primordial de la libertad interpretativa y de la comunicación con el oyente.
Fantasmas tan poderosos no deberían ser invocados. Porque hay veces que se presentan.
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