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Columna
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Un creador de imágenes

Nada le hubiera gustado más que pasar a la historia como pintor. Sin embargo, en los libros de arte lo señalan únicamente como dibujante, grabador y escultor francés. Hablamos de Gustave Doré (Estrasburgo 1832-París 1883). En el Museo de Bellas Artes de Bilbao pueden verse alrededor de ochenta obras suyas, entre dibujos, grabados, acuarelas y primeras ediciones procedentes de los fondos del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estrasburgo.

Aunque algunos de los dibujos y caricaturas mostrados tienen el mérito de haberlos realizado en edad muy temprana -a los once años laboró sus primeras litografías y a los quince empezó a diseñar para la revista Journal pour rire, ejercitando su predilección por lo grotesco-, la gran atracción reside en las ilustraciones de Don Quijote, La Divina Comedia, Orlando furioso, Cuentos (Perrault), Fábulas (La Fontaine), La Biblia, Gargantúa y Pantagruel (Rabelais), además del apartado que engloba Mitos, leyendas e historia, entre otras.

La mano del artista exhibe un especial dominio cuando se sirve de las aguadas, los toques de gouache blanco, más la tinta china, el lápiz, el carboncillo, la pluma y las acuarelas, todo ello sabiamente entremezclado, según lo requería cada específico tema. En torno a los libros ilustrados fueron gestados por Doré en la especialidad del grabado, sea como técnica xilográfica (los más) o como técnica litográfica.

A lo dicho se añade la riqueza imaginativa creada por él para dar vida a los personajes de aquellas joyas literarias que ilustró. A partir de la letra impresa surgen de su imaginación las figuras de Don Quijote y Sancho, Dante y Virgilio, Viviana y Merlín, Paolo y Francesca, Adán y Eva, Lancelot y Elaine, por citar unos pocos, al punto de no poder verlos ni imaginarlos de otro modo del que los vio, imaginó y plasmó Gustave Doré. Se convirtieron desde entonces en una parte viva del imaginario colectivo.

También merecen subrayarse algunos dibujos de Londres (1869-1871), que son estudios realistas de los barrios pobres de la ciudad. Se sabe que estos estudios atrajeron la atención del mismísimo Van Gogh.

Se ha hablado de imaginación, lo cual no debe confundirse con fantasía. El poeta romántico inglés, Samuel Coleridge, llegó a proclamar la primacía de la imaginación sobre la fantasía. Este aserto venía a reafirmar el valor otorgado por Doré hacia lo que su imaginación le dictaba, puesto que lo había dicho alguien como Coleridge, a quien admiraba al punto de tomar como uno de sus grandes proyectos en 1875 la ilustración de La balada del viejo marinero, del que era autor el propio Coleridge. En Doré habla la imaginación, no lo olvidemos.

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