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Crónica:FÚTBOL | Décima jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

Tranquilo paseo por La Rosaleda

El Madrid se impone sin ningún problema al Málaga en un partido que tuvo a Casillas como espectador

Santiago Segurola

La ortodoxia rindió beneficios en el Madrid, que ganó en Málaga con la autoridad que le ha faltado durante la temporada. Regresó el equipo convencional, con casi toda la gente en sus puestos naturales, y volvió el juego de pase, la elaboración paciente y la ausencia de sobresaltos. Atrás quedó el extravagante, pero muy eficaz, experimento de García Remón, autor de las alineaciones con más delanteros por metro cuadrado que se recuerdan. Fue una idea eficaz porque sacó al Madrid de la atonía anterior. Vencer o hundirse, era la cuestión. Con un desprecio casi insolente por el equilibrio, el Madrid venció al Dinamo de Kiev y al Valencia en un momento crítico, después de la fuga de Camacho y de algunas derrotas sangrantes. Ante la evidencia del riesgo -sus victorias se produjeron en partidos vibrantes, desordenados, impredecibles-, el equipo reaccionó con orgullo y algún momento de buen juego. Pero la fórmula valía para lo excepcional, no para lo cotidiano de la Liga. Se vio frente al Getafe y García Remón tomó nota.

MÁLAGA 0 - REAL MADRID 2

Málaga: Calatayud; Gerardo, Juanito, Fernando Sanz, Valcarce; Manu, Romero (Duda, m. 66), Miguel Angel, Leko; Amoroso (Edgar, m. 66, Geijo, m.72) y Wanchope.

Real Madrid: Casillas; Salgado, Helguera, Pavón, Roberto Carlos; Celades, Guti; Figo (Solari, m. 80), Raúl (Morientes, m.82), Zidane; y Ronaldo (Owen, m.70).

Goles: 0-1. M. 23. Penalti por zancadilla de Gerardo a Zidane en el vértice del área grande que transforma Figo.

0-2. M. 78. Jugada de Salgado por la derecha, mete el balón al área, donde Owen controla, regatea a un rival y marca.

Árbitro: Iturralde González. Amonestó a Gerardo, Romero, Miguel Angel, Juanito y Figo.

Unos 30.000 espectadores en La Rosaleda.

De nuevo Guti fue el mejor, aunque no le sirven como crédito sus magníficos partidos
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En Málaga retiró a Owen de la alineación y colocó a Celades junto a Guti. Más gente en el medio campo y Raúl en su sitio natural. Con ese dibujo, el Madrid se estrelló en el arranque de la temporada. Era un equipo plano, insípido y perdedor. Pero las victorias han tenido un valor terapéutico. El Madrid podía volver a la normalidad. Por ejemplo, a jugar en Málaga y ganar sin despeinarse.

La noticia fue la inactividad de Casillas, espectador del encuentro. El Madrid, que no tiene compasión con su portero, le dio por una vez la tarde libre. Lo hizo a través de la vieja receta: mucho pase, pocas prisas y colmillo en el área. Nadie se destacó por una actuación gloriosa, pero tampoco nadie dio la nota. Hubo comunicación, algo parecido a la armonía y un sentido colectivo que no ha sido habitual en el último Madrid. Desde el desplome en la final de Copa frente al Zaragoza, el Madrid no había jugado con la comodidad que le caracterizó en sus mejores días. En La Rosaleda se dio un paseo frente a un rival decepcionante. Al Málaga le dio por mirar el partido, con una dejadez sorprendente en un equipo que gasta fama de áspero y peleador. Fue patético cuando pretendió jugar, cosa que ocurrió en muy pocas ocasiones, porque esencialmente dedicó el tiempo a perseguir la pelota sin éxito. Lo más parecido a algo eficaz fueron los controles de Wanchope en el área. Al hombre, una grúa con unas piernas kilométricas, le tiraban una pedrada y la bajaba con el pecho entre los centrales del Madrid. Ahí terminaba todo. Después de los controles no ocurría nada. Amoroso, que una vez fue un delantero cotizado, tiene el aire de los futbolistas jubilados. En el centro del campo, el Málaga no tuvo ni pujanza, ni fútbol. Ni tan siquiera se apreció la habitual agresividad de Romero. Fue un partido sin patadas. El Madrid cometió cuatro en todo el encuentro. La cifra es reveladora de dos cosas: de la escasa exigencia del duelo y de su abusiva posesión de la pelota. No podía hacer faltas porque apenas nunca tuvo que pelear por el balón.

El juego fue tranquilo, sin agitaciones. El Madrid no cometió errores defensivos y concedió a Guti los galones para manejar el balón. Celades se limitó a acompañar, sin excesos, de forma casi inocua, pero suficiente para sostener el medio campo sin dificultades. Zidane no salió de su discreto estado actual, pero se permitió el lujo que marcó el signo del encuentro. Regateó a Gerardo, que reaccionó mal, con el perfil cambiado y le tiró la patada. El árbitro consideró que la falta se produjo en el área. Los jugadores del Málaga dijeron que había sido fuera. No le convencieron. Figo anotó el penalti y el partido derivó en un tranquilo monólogo del Madrid. De nuevo Guti fue el mejor. Este singular jugador, uno de los más notables que ha dado el fútbol español en los últimos diez años, tiene la etiqueta de perezoso, discontinuo y distraído. A veces ha estado a la altura de su mala fama. Pero han sido muchas más las ocasiones donde ha demostrado una clase excepcional. No le ha valido de mucho. Condenado al papel de meritorio desde que era juvenil, a Guti no le sirven como crédito sus magníficos partidos. Otros, y hay varios jugadores del Madrid que no funcionan desde hace tiempo, tienen crédito ilimitado. Guti, no. Comenzó la temporada en el banquillo, o sea, donde siempre, y resulta que ha sostenido al Madrid por juego, inteligencia y coraje. Es igual. Cuando llegue el momento, y será más pronto que tarde, volverá a escuchar los silbidos, será retirado de la alineación y nadie la recordará los servicios prestados en el momento más crudo del equipo.

Fue interesante la decisión de García Remón con Ronaldo. Le retiró en el segundo tiempo y entró Owen. Ronaldo parece incómodo. O por lo menos, no parece el jugador feliz de sus dos primeros años en el Madrid. Cualquier día se lía a goles y arregla la sensación de pesadumbre que transmite ahora mismo. A Owen le ocurre lo contrario. Arrancó en el Madrid como un jugador de medio pelo y ahora se ha hinchado de optimismo. Como futbolista no es un fenómeno, pero en el área define como un artista. Es lo que proporcionan los goles: confianza y seguridad. Su tanto fue de categoría. Controló con el pecho el pase de Salgado, regateó al central, se giró y cruzó el balón por el palo que no quería el portero. De alguna manera fue el síntoma de un equipo imperfecto que ahora se siente más liberado. Como Owen.

Zidane se lleva el balón ante Romero.
Zidane se lleva el balón ante Romero.REUTERS

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