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Columna
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Futuro

Está enfermo el anciano Juan Pablo II, y en el XXV aniversario de su pontificado se busca quién será el nuevo monarca de la Iglesia católica. En una lista de posibles papas del semanario italiano L'Espresso, veo a monseñor Julián Herranz Casado, cordobés, hijo predilecto de Baena, reciente cardenal, doctor en medicina, sacerdote del Opus Dei, uno de los autores del último Código de Derecho Canónico, prelado de honor de Su Santidad, representante de la Santa Sede en conferencias internacionales de ministros de Justicia, presidente del Consejo Pontificio para la interpretación de los Textos Legislativos.

Dejó Baena con seis años, cuando su padre, médico, se trasladó a Madrid en el año de la guerra. Es ya un hombre mayor, de 74 años. Y mayores son los otros papables de L'Espresso, el alemán Joseph Ratzinger, vigilante de la fe (sigue dictaminando a sus 77 años que sólo tendrán salvación aquellos que creen en Cristo), favorito absoluto, por encima del italiano Angelo Sodano, secretario de Estado, también de 77 años, dos años por encima de la edad de jubilación de un obispo normal. El favorito más joven es el secretario personal de Juan Pablo II, Stanislaw Dziwisz, polaco, demasiado joven, de 65 años. Pero, a ojos de L'Espresso, cada día pesa más el cardenal cordobés Herranz, hombre enjuto que recuerda físicamente a Pío XII y al poeta barroco Góngora, su paisano. Se supone que Herranz puede ser fundamental en la elección del nuevo papa, mientras monta estos días reuniones de cardenales en la blindatissima villa que el Opus Dei posee en Grottarossa, cerca de Roma.

La avanzada edad de estos personajes es, en contra de lo que parece, un signo de modernidad. La editorial Taurus cumple 50 años y publica El complot de Matusalén, del periodista alemán Frank Schirrmacher, que descubre que Occidente envejece. ¡Habrá en las ciudades de 2020 más viejos que niños y jóvenes! Alcanzaremos los 100 años, y en una misma habitación respirarán bisnietos, nietos, hijos, padres, abuelos y bisabuelos. Los nietos tendrán la edad de los abuelos de hoy, seis o siete décadas. Schirrmacher reclama una revolución: que acabe el desprecio vigente hacia la vejez. La salud ha mejorado mucho, y a la actual edad de jubilación se puede estar en condiciones de empezar otra vida.

Unos amigos míos sesentones, expulsados de su casa de alquiler, pidieron un crédito en una caja de ahorros de Málaga para comprar un piso. ¿No sería mejor una cripta?, les sugirieron alegremente antes de señalarles la necesidad de que los avalaran todos sus hijos. Ser viejo es ser insolvente. Edward Said, en los tiempos en que se despedía de la vida, ponía los cimientos de lo que sería más tarde, en Sevilla, la Fundación Barenboim-Said, y escribía unos Pensamientos sobre el estilo tardío, a propósito de la obra de los grandes artistas cuando llegan a viejos. Quizá no les espere la serenidad de la plenitud lograda, decía Said, sino una rebeldía nueva, una nueva insatisfacción, otra adolescencia. Es una figura del futuro, no del pasado, la gerontocrática asamblea de cardenales que elige al papa.

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