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¿Dónde está Michael Moore?

El desconcierto es un incómodo compañero de ánimo, especialmente cuando nace en el lugar preciso donde se gestan las frustraciones. Lo percibí con toda su hiriente carga no hace ni una semana, cuando en un congreso sobre intolerancia en la Universidad de São Paulo, mi compañero de debate y maoísta en estado puro (aún existen) desencajó su atractiva mandíbula (hay hombres que tienen unas mandíbulas enormemente eróticas) ante la posibilidad de que ganara George Bush. Su expresión no era sólo de enfado comprensible, sino de derrota personal, como si la realidad no tuviera el derecho a desmentir a los deseos. Pero como la realidad se otorga sus derechos sin preguntar, y como visualizo decenas de mandíbulas derrotadas en el horizonte, osaría decir que el desconcierto se ha apoderado de nuestras pobres almas. Hoy, de viaje hacia Paraguay, en un vuelo lleno de argentinos, oigo expresiones de cabreo, de indignación sostenida y hasta de miedo y, sobre todo, almaceno unas cuantas explicaciones poco sutiles sobre la enorme victoria de Bush. El desconcierto obliga a encontrar respuestas simples para poder reconstruir la propia autoestima. Así nacen, aquí, en un avión transcontinental, y allá, en mi tierra y en la tierra de muchos, las explicaciones maniqueas que, si no responden a la realidad, sí ayudan a crear cómodas realidades paralelas. Todo está claro: la América rural ha votado contra la América cosmopolita; los valores religiosos han dominado sobre la razón; EE UU está en regresión democrática, etcétera. Pero la realidad es mucho más compleja y, como los europeos somos unos vanidosos engreídos, atrapados entre el complejo de superioridad atávico respecto a los yanquis y el enorme complejo de inferioridad que nos generan, hemos desarrollado un sentido hipercrítico respecto a EE UU inversamente proporcional al nulo sentido autocrítico con el que nos analizamos. Por eso nos equivocamos tanto: porque no analizamos la realidad, sino nuestros prejuicios.

Valgan, ni que sea para la disensión, algunas reflexiones que desmienten los lugares comunes de estos días. Puede que veamos a Bush como el líder de los ricos conservadores e incultos norteamericanos. Ha hecho méritos, con su reducción tributaria a las rentas superiores a 200.000 dólares año. Sin embargo, para la mayoría de la población estadounidense, cuya masa de ricos es escasa (otro tópico...), los representantes realmente ricos son los demócratas. Y no sólo porque John Kerry es infinitamente más rico que Bush, o porque el Club de los Millonarios del Senado está integrado por demócratas, o porque, frente a la discreta Laura Bush, Teresa Heinz Kerry es una pija insufrible. También y sobre todo porque los demócratas han cuajado la imagen del chic neoyorquino, con su divino encanto de las chicas del Sexo en Nueva York, pero sin raíces en las zonas obreras donde cuaja la crisis. Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Estratégicos de Washington, lo resumía así, hablando de revistas anti-Bush como el mítico The New Yorker: "Sus ataques contra Bush aparecían entre docenas de páginas de papel satinado con anuncios de Rolex y Breitling, prendas de Armani, lujosos hoteles suizos, caros coches y prendas de vestir que pocos habitantes de los Estados cruciales para los demócratas se podían permitir". Y, ¿qué decir del nuevo gurú de la progresía europea, Michael Moore, cuya inteligencia comercial es directamente proporcional a nuestra imbecilidad? Moore lleva gorra de béisbol, sí, pero se pasea con limusina, vive en la zona más cara de Manhattan y, por supuesto, en sus desplazamientos para insultar a Bush, usa avión privado. ¿Pretendía influir en los obreros de los estados industriales de los Grandes Lagos o el Medio Oeste? A partir de aquí, la reflexión cae en cascada: el mundo pletórico de Hollywood, los niños mimados del rock y los pijos de Nueva York fueron la imagen del candidato demócrata, lo cual consiguió convertir a Bush en el candidato popular. De ahí cuelgan los votos en Harlem o en Florida o en tantos lugares, desmintiendo los tópicos...

Tampoco es cierto lo de la regresión religiosa porque Bush ha conseguido votos de todas las minorías religiosas a excepción de los judíos. El mismo Kerry es un irlandés católico practicante cuyas declaraciones sobre aborto u homosexualidad son un homenaje a la más deprimente ambigüedad. En algunos aspectos, y como está demostrando, le gana en progresismo el republicano Schwarzenegger, lo cual plantea una sociedad compleja y heterodoxa. Me dirán que si no han votado Dios, han votado patria y su condición de guerrera mundial. También ello es equívoco porque nada en las declaraciones de Kerry hacía pensar que cambiaría de política exterior. Esto sólo lo pensamos los europeos, que hemos decidido convertir a Kerry en lo que nunca fue.

Resumiendo. Dicen las maldades del periodismo que "la realidad no estropee un buen titular". Y el titular en Europa está cuajado: "Bush es malo, los norteamericanos tontos y el mundo está en peligro". Vista la realidad norteamericana desde el espejo distorsionador de nuestros prejuicios, no entendemos nada y en lugar de enfadarnos con nuestra ceguera, nos enfadamos con el mundo. Algo parecido a lo de Jatami en Irán cuando pide "un presidente en EE UU que no ejerza injerencias en los asuntos internos de otros países". Muy bueno el sentido del humor de Jatami, país implicado en el atentado de Amia en Buenos Aires, en la financiación de Hamás en Palestina, principal apoyo logístico de los degolladores de personas en Irak y con raíces en la locura integrista del Sudán. Ja, ja, ja.

En fin. Leo una entrevista a José Mercé que dice "nunca le cantaría a un ser como Bush", convencido de hacer diana en lo políticamente correcto. ¿Aceptaría el cantaor una invitación del emir de Qatar? ¿Se negará a viajar a Yemen? ¿Le dará la mano al implacable dictador de Siria? ¿Se negó a cantar para las temibles dictaduras del telón de acero? ¿Le parecería exótico cantar para Omar Bachir, el asesino presidente sudanés? José Mercé nos resume a todos, europeos simplistas, maniqueos y encantados de habernos conocido, y tan estupendos que, con la misma arrogancia que ninguneamos a Estados Unidos, somos incapaces de hacer una mínima y rigurosa crítica a nosotros mismos. Por eso estamos desconcertados, porque militamos en la máxima periodística: tampoco estamos dispuestos a que la realidad nos estropee un buen prejuicio.

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