El premio a la constancia de la estrella brasileña
No era su día. Le tenían amargado entre tantos italianos como le rodeaban así que tocaba el balón. El partido y el estrellato parecían pertenecer por completo al Milan y a Shevchenko. Hasta que, cuando el tiempo se agotaba, Ronaldinho encontró por fin la jugada que tanto perseguía. Fue un premio a la perseverancia, a la obstinación de un jugador que, pese a que como él mismo reconoce no se encuentra al 100% físicamente, no renuncia a su cuota protagonista. Fue un balón que le llegó de Eto'o, Ronaldinho se fue de Nesta y Gattuso y empalmó un trallazo imparable desde el borde del área que batió a Dida por la escuadra.
Fue el merecido premio para un Ronaldinho que no se desanimó en ningún momento a pesar de estar muy marcado y de no andar fino en el lanzamiento de las faltas. Las dos que lanzó se estrellaron contra la barrera. A pesar de que estuvo presente en todo momento, de que intentó tirar del carro azulgrana, de que puso ganas como siempre, de que lo intentó todo para agradar al público, al equipo y a sí mismo, tardó en encontrar el remate letal con el que decidió el duelo.
Era una gran cita, de las que confirman a los grandes jugadores. Él lo sabía y buscó con ahínco lo que consiguió: decidir. La defensa rossoneri demostró por qué es considerada una de las mejores; sin fisuras, sin dejar espacios y, sobre todo, sin hacer ningún tipo de concesión. Cada vez que el astro brasileño recibía el balón, los jugadores milanistas, sobre todo Nesta y Gattuso, caso de considerar de que había peligro, trababan al rival. Ronaldinho, fiel a su estilo e independientemente de lo férreo fuese el marcaje al que era sometido, demostró una vez más que juega al fútbol para divertirse. Tras darle un cabezazo involuntario a Cafú, el 10 azulgrana decidió, unilateralmente, que no se debía seguir jugando ese balón que tenía en los pies y, aunque el árbitro no señaló falta, se dio la vuelta para ver cómo estaba su compatriota y ayer rival.
Se revolvía, daba pases al primer toque y al espacio, buscaba el desmarque, recortaba hacia el interior, guardaba la posición cuando le doblaba Van Bronckhorst por la banda. Lo intentaba todo para que el Barça remontase el tempranero gol de Shevchenko.
El ucranio, de nuevo, pudo dedicar un tanto a Jordan, su hijo recién nacido. Ya lo avisó durante la semana: "El Barça siempre se me ha dado bien. Incluso cuando estaba en el Dinamo de Kiev". Con el equipo ucranio, el 5 de noviembre de 1997, el delantero humilló al equipo de Van Gaal con un hat-trick y se dio a conocer al mundo. Pero ayer Ronaldinho, que acabó intercambiando su camiseta con Seedorf, le robó el protagonismo.
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