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Columna
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Arenín en el desierto

A lo mejor no me van ustedes a creer si les digo que siento cierta admiración por este hombre, Javier Arenas. Ha recorrido ya tantos desiertos en pos de su estrella verdadera; ha probado tantas veces el polvo de la derrota andaluza, que al final uno dice: pues ha de estar hecho de una materia especial. También ha de creer de manera obstinada en ese duro y correoso oficio, el de político, para aguantar lo que lleva aguantado. Un intento de ser alcalde de Sevilla, dos de presidente de la Junta, no sé cuantos otros fracasos de su formación en incontables comicios regionales. Y ahora, de alto dirigente y variado ministro, a recogepelotas en la cancha imposible de Andalucía. Primero estuvo en la UCD, sector demócrata cristiano, que ya hay que tener valor. Después se inventó él solo un partido, que seguro ni recuerda cómo se llamaba. Luego tanteó al PSOE, y hasta almorzó con un dirigente de esa formación, a ver si tragaban. No tragaron, y al día siguiente, en el mismo reservado del mismo restaurante, repitió con Rojas Marcos y, según dicen los camareros del establecimiento, hasta con el mismo menú. A ver si había más suerte. La hubo. El andalucista, por descontado, le dijo que claro, hombre, chócala. Pero en esas estaban, a punto de carnet, cuando el director de un periódico local atisbó lo que ocurría y alertó a Madrid, calle Génova. Por entonces estaba en sus primeros hervores la olla del PP, y lo llamaron en seguida: ¿Pero qué haces, muchacho? Vente con nosotros... ¿Adónde?, preguntó él, Al Centro, ¿Falta mucho?, La tira, pero no te preocupes, que lo importante es el camino, no sé si comprendes, Claro, claro. Y allí que se metió.

Alianzas tuvo luego mi impávido Arenín con toda clase de gentes, hasta con Luis Carlos Rejón, por ver si juntos doblegaban a Chavelón el Malo. Ni por esas. Desde entonces el del PSOE se le aparece en todas las pesadillas y hasta en las duermevelas del AVE, junto a Gasparrín, que le hace burlas y pedorretas en esos momentos de fatal incertidumbre ontológica.

Ahora anda en eso, en recoger del suelo todas las pelotas que caen de otros partidos, acá y allá. Un achicharrado del PSOE, un chamuscado de IU, y hasta una de sus propias filas, Amalia Gómez, que es tan de centro, tan de centro, que ni ella sabe si está yéndose o quedándose. Con este panorama, no me negarán que tiene mérito lo de este hombre. Poco antes del congreso que se acaba de celebrar en Sevilla -ya son ganas de 'celebrar' algo- llamó a su antiguo colegio, a preguntar por el padre Aznar. Le dijeron que seguía en misiones, con lo de Bush, pero que estaba Marianín, Que se ponga... ¿oye, falta mucho?, ¿Mucho para qué?, Para llegar al centro, Tú no te preocupes y sigue, que lo importante es el camino, Pero es que no sé si voy al Rocío o a Santiago de Compostela, Tú no te pares, que las indulgencias se ganan andando, Ah, bueno.

Y ahí lo tienen. Anda que te anda, como un héroe de cuento fantástico, escalando, duna tras duna, vadeando, marisma tras marisma, el inexistente camino de su triunfo andaluz. Ganas dan de decirle, venga, hombre, déjalo ya. Sabemos de sobra que eres incombustible y por eso te admiramos. Pero, tío, por favor, ya vale.

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