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Reportaje:CLÁSICA EL PAÍS

Música sacra de Vivaldi

EL PAÍS ofrece mañana, por 2,95 euros, 'Stabat Mater' y 'Nisi Dominus', con Il Seminario Musicale y Gérard Lesne

El escritor Alejo Carpentier ha señalado en más de una ocasión el toque misterioso que envolvía al compositor y violinista veneciano Antonio Vivaldi (1678-1741). La falta de datos sobre muchos pasajes de su vida ha propiciado cierta especulación y hasta leyenda sobre el "cura pelirrojo". Faltan muchas claves para hacerse una idea fidedigna de su personalidad y los rumores se han extendido por todos los rincones: que si era de costumbres muy permisivas con su condición de sacerdote, que si tenía un tipo de vocación religiosa muy particular, que si... Incluso el propio novelista cubano, con un dato de aquí y una intuición de allá, da rienda suelta a su imaginación haciendo de Vivaldi uno de los personajes de ficción en su encantador relato Concierto barroco, situándolo a sus anchas en el Ospedale de la Pietà, entre las huérfanas abandonadas a las que enseñaba música. Literatura, desde luego, pero también creación de atmósferas a falta de detalles pormenorizados de la vida y milagros del compositor.

Al margen del lado más o menos licencioso con las mujeres, nunca suficientemente probado, a Vivaldi se le acusó de limitado fervor religioso. Lo que ocurría es que, sencillamente, Vivaldi vivía lo religioso a su manera, con sus humores y sus convicciones, algo para lo que estaba en su perfecto derecho. El mismo Carpentier recordó en uno de sus golosos artículos en El Nacional de Caracas un episodio conflictivo de Vivaldi con la Inquisición, por interrumpir el compositor una misa a causa de un ataque de asma, aunque luego se hiciese referencia a otro tipo de razones. La condena, o más bien reprimenda, del Santo Oficio fue afortunadamente suave, como lo prueba la curiosa sentencia dictada: "Vivaldi es ante todo un músico; por lo tanto, un loco". Lo cierto es que, con verdades o conjeturas, Vivaldi se fue gestando una imagen de músico -o ciudadano- no del todo políticamente correcto desde una perspectiva del poder, aunque mantuvo ese lado contagiosamente vital y simpático desde una visión más mundana o, si se quiere, normal. Las grabaciones contenidas en el libro-disco que se distribuye con EL PAÍS mañana servirían, por otra parte, para poner en tela de juicio la falsa religiosidad de Vivaldi, pues son todas ellas de un recogimiento y un tono de espiritualidad confidencial verdaderamente conmovedores. En todo caso, a Vivaldi le puede pasar como a lord Byron -"yo me siento más religioso un día de sol"-, que se enfrenta a las cuestiones del alma sin perder la compostura. Ni la alegría.

Con Vivaldi hay que andar, en cualquier caso, siempre alerta, pues de lo contrario uno corre el peligro de quedarse atrapado en Las cuatro estaciones o caer en el círculo vicioso de sus innumerables conciertos. Otra leyenda: que el compositor no hace sino una y otra vez cientos de variantes sobre el mismo concierto. El conocimiento que se tiene sobre la producción de Vivaldi ha sido tradicionalmente incompleto, pero en las últimas décadas se ha producido un redescubrimiento de la música vocal verdaderamente espectacular. Curiosamente, esta nueva adhesión a Vivaldi se ha producido en primer lugar desde los círculos cultos, un poco reticentes o saturados del Vivaldi concertista, pero se ha extendido a todos los sectores con una rapidez contagiosa. El recital de Cecilia Bartoli, por ejemplo, dedicado monográficamente a su obra vocal, hace unos años en el maravilloso teatro Olímpico de Palladio en Vicenza, con difusión en disco, formatos audiovisuales o televisión, fue un boom. Y Vivaldi seguía con la misma pegada y la misma capacidad de cautivar que con sus conciertos. Es más, la aumentaba por su emotividad, por una serenidad lírica irresistible. Es el caso del Stabat mater, de 1712, o del Nisi Dominus, compuesto hacia 1717, o, en menor escala y también de la misma década prodigiosa, del motete Vestro principe divino, o de la introducción al Miserere RV 638. De cuando en cuando se redescubren estas maravillas en tantas ocasiones ocultas y es como volver a las raíces deseadas para experimentar el placer de compartir un secreto guardado con primor para los seres más queridos.

De manera intermitente, y con diferentes cargos, Vivaldi estuvo dedicado al hospicio veneciano Santa María della Pietà prácticamente de 1703 a 1739. Entre 1713 y 1718 fue maestro de coro y principal suministrador de piezas vocales del Ospedale, lo que hace pensar que el Motete RV633 y la Introducción al Miserere RV638 fueron compuestos entonces para la célebre institución benéfica. Los encargos le eran solicitados a Vivaldi también de otros lugares, tan prestigiosos como Dresde o Praga. En concreto, el Stabat mater se estrenó en Brescia en la iglesia de Santa María de la Paz el 18 de marzo de 1712. La parte más llamativa del Nisi Dominus corresponde al Gloria Patri, con un bellísimo acompañamiento a la voz por parte de la viola de gamba, pero los otros números no desmerecen en intensidad. Los valores musicales de Vivaldi fueron cada vez más reconocidos por sus colegas y hasta Bach hizo transcripciones de sus conciertos. "Vivaldi busca, Bach encuentra", escribió con tino el ensayista Marcel Marnat.

No hay contratenor que se precie que no se haya acercado últimamente a esta música sacra para contralto, cuerdas y continuo de Vivaldi. Gérard Lesne está impecable en este registro con Il Seminario Musicale, donde militaba al fagot entonces -estamos en 1968- nada menos que el hoy archifamoso director de orquesta Marc Minkowski. Una curiosidad más que añadir a una grabación altamente emotiva.

La casa de Vivaldi.
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Una caricatura de Vivaldi.
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